Un líder desbravado

Pendiente del reloj por la exigencias de un escueto resultado, el Barcelona rellenó de mala gana el formulario en El Molinón, escenario especial porque aquí empezó todo lo que hoy en día es la era Guardiola, templo con aroma a fútbol que se conformó con una tarde insípida y desbravada del nuevo líder.

En un partido sin apenas porteros, resumido todo en un gol de Adriano, el Barça se vistió de amarillo y el Sporting sigue de rojo, polos opuestos en esta Liga de contrastes. La noticia, marcador al margen ya que al campeón siempre se le presupone la mochila repleta, está en el pinchazo físico azulgrana, con la lengua fuera en un segundo acto que enturbió la gran media hora inicial. Los tres puntos, independientemente de las formas, valen lo mismo que en cualquier noche de manitas y abrazos. El Barça toma el mando.

Mejor con tres atrás

No se le discute el triunfo porque realmente nunca peligró su mínima renta, pero se enredó en un pulso que controló con muy buen gusto en las primeras secuencias y acabó mal. El Sporting renunció de entrada a la presión y asumió la superioridad del Barcelona sin rechistar, perfectamente esparcido el conjunto azulgrana —de negro esta vez— sin que altere la idea su sistema.

En el juego de los numeritos, irrelevante para los puristas porque lo que cuenta es la propuesta, Guardiola repitió con defensa de tres y renunció a un central puro ya que Piqué y Puyol no fueron titulares. En el eje gobernó Mascherano, un futbolista universal que parece reciclado de por vida a esas funciones zagueras y que trabajó de forma impecable, bien acompañado por Alves y Abidal aunque siempre cojea una pizca por la derecha. A la hora de juego, y condicionado por la lesión de Abidal —también muscular, de siete a diez días de baja por una contractura en el bíceps femoral de su pierna derecha—, se recuperó el traje inicial y volvió la normalidad en la defensa.

Paradójicamente, funcionó mejor la versión diferente del Barcelona con el 3-4-3. Fueron unos preliminares muy bien gestionados por los catalanes, insultantes en su dominio del balón y quizá algo sobrepasados con tanto pase. Thiago fue la brújula, Busquets el guardaespaldas y Messi, descolgado como «10», el único atacante interesado en dar color al cuadro sin que le saliera bien. El resto, una y otra vez en fuera de juego.

El Molinón dejó de creer demasiado pronto, atemorizado porque en once minutos se desniveló la balanza y ese arañazo pareció mortal. Después de un zapatazo de Xavi que impactó en el palo, marcó Adriano, que nunca lo hace, y al Barça se le abrió el camino hacia la cumbre porque de ahí hasta el intermedio vivió plácidamente a través del toque y más toque, gustándose con caños y tacones, enfadado con un posible penalti sobre Messi del que no se hablará. Sobre el papel, todo bajo control.

Pero fue un buen Sporting el del segundo acto, muy mejorado e ilusionado con otra gesta como la que repite cada año con la permanencia. Tiene un problema gravísimo con el gol, viejo desconocido con el que solo se ha encontrado dos veces en seis partidos de este curso, y por ahí debería empezar a trabajar Preciado. Cuando se sacudió el miedo, exigido por la adversidad, apretó hasta la zona de tres cuartos. Más allá perdió la vista, jamás encontró a Valdés, pero incomodó a un Barça gris que pasó un mal rato.