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La crisis de la economía global, la más grave desde la Segunda Guerra Mundial, y de la que aún no se ha salido está dejando muchos episodios que servirán de inestimable material para los historiadores de economía y, entre ellos, destaca el enfrentamiento público entre los máximos responsables económicos de Estados Unidos y la eurozona a cuenta de las recetas que se están adoptando para afrontar una crisis que tiene el mismo origen, en este caso financiero.
Al otro lado del Atlántico, el presidente de Estados Unidos —en una calculada maniobra preelectoral ante la cita de las legislativas de noviembre— anunció hace unas semanas un plan de estímulo económico directo de 50.000 millones de dólares (alrededor de 38.800 millones de euros) en infraestructuras, para crear «cientos de miles de empleos» en palabras del propio Obama. Además se pondrá en marcha un plan de rebajas fiscales de 100.000 millones de dólares para las empresas que creen empleo.
Todos estos ampulosos anuncios, sin embargo, tienen que pasar por el filtro de la oposición republicana en el Congreso, lo que aún está por ver.
Sin embargo, y a falta de ese visto bueno final imprescindible del Capitolio, la «receta» para esta enfermedad que es la crisis global es completamente diferente a la adoptada aquí, en la Vieja Europa.
El camino que han decidido seguir los responsables económicos europeos, con la todopoderosa canciller Angela Merkel en cabeza, es diametralmente opuesto al de Obama y pasa por recortar el gasto público al máximo para reducir los desequilibrios en materia de deuda y déficit público, camino que conducirá en teoría a la economía europea al saneamiento de las cuentas públicas y a un crecimiento económico sano a medio y largo plazo.
Esta radical diferencia de opiniones no se ha quedado sólo meramente sobre el papel, sino que los protagonistas han tomado la palabra para arrojarse reproches verbales de un lado a otro del Atlántico. Esta misma semana el presidente Obama ha llegado a decir que «Europa, y su crisis de la deuda, daba miedo al resto del mundo», lo que da una idea de lo enzarzada que está la polémica.
Desde las filas europeas han sido varios los políticos los que han respondido a las provocaciones, aunque sin duda una de las más destacadas ha sido la del presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet, quien aseguró hace unas semanas que «no vemos ningún margen de maniobra en la eurozona que nos permita lanzar paquetes de estímulo fiscal».
Para añadir más leña al fuego el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, asistió el mes pasado por primera vez en la historia a una reunión de ministros de Economía del euro, el Eurogrupo, y el mensaje que lanzó es que Europa tenía que aumentar el Fondo de Estabilización Financiero de la eurozona (EFSF en sus siglas en inglés) para proteger a los bancos que potencialmente pudieran verse afectados por una suspensión de pagos de Grecia, así como de los problemas de otros países del euro con problemas de desequilibrios de deuda.
Esta idea, la de que el fondo de rescate proteja también a los bancos, lo que se contempla en cierto modo en el rediseño del fondo que estará en vigor a partir de 2013 y con capital ampliado hasta los 440.000 millones de euros, es precisamente la que se puso en marcha en Estados Unidos tras la quiebra de Lehman Brothers en 2008. Este programa, conocido con las siglas TALF, empezó cuando el propio Geithner era presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos.
Pero, diferencias de criterio al margen sobre cuál es la mejor solución en el contexto actual, la realidad es que Estados Unidos no está en ninguna posición de superioridad económica como para dar lecciones a Europa, como se encargó de recordar hace unas semanas el propio Trichet. Y no le faltaba razón al presidente saliente del BCE.
En materia de deuda pública, por ejemplo, la diferencia es sustancial en favor de la eurozona, con una precisión de deuda al cierre de este año equivalente al 87,7% del PIB, frente al 120% que está prevista para Estados Unidos.
En déficit público pasa otro tanto, ya que este año el desequilibrio medio de las cuentas públicas europeas será del 4,3%, frente al 10% del previsto en Estados Unidos, lo que da idea de que la salud macroeconómica norteamericana no es mucho mayor que la europea.
Sobre previsiones de crecimiento económico, y al contrario de lo que podría esperarse dada la diferente «radiografía» de cada uno de los bloques económicos, estas son calcadas, ya que a ambos lados del Atlántico se espera un crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) de un 1,6% en relación a 2010.
En la misma línea del PIB se encuentra la tasa de paro, que camina de manera paralela, ya que para este año la previsión de tasa de paro es del 10% de la población activa en el caso de la eurozona y del 9% en Estados Unidos. En este caso el matiz es que el 9% norteamericano supone prácticamente el doble de 2006 mientras que en Europa la tendencia al alza ha sido menos acusada al registrarse una tasa de paro del 7,6% en 2007, lo que supone tan sólo un 2,4% de aumento y no el doble.







