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Si hay un concepto claramente identificativo del libro de estilo de Joaquín Caparrós es el de la ambición. Así fueron su Sevilla y su Athletic. Guerreros incansables con mayor o menor brillantez, pero intensos e incapaces de bajar los brazos durante un partido. Eso es lo que debió de pedir en el descanso el utrerano a sus jugadores en su debut con el Mallorca y su vuelta a la Liga española tras la desventura suiza del Neuchatel. Por ambición, que no por claridad de ideas, logró salvar un empate ante el Valencia en la prolongación.
Fue justo el resultado final porque al equipo de Unai Emery le faltaron alma y la misma ambición «caparroniana», sobre todo en el segundo tiempo. Fue dudosa, no obstante, la forma de conseguirlo. Paradas Romero pitó penalti por una mano involuntaria de Topal en el 91. Gol de Hemed y estreno positivo de Caparrós, quien no vio la historia clara en un primer tiempo en el que el peligro valencianista lo llevaron Rami y Víctor Ruiz en las jugadas a balón parado.
Hubo más Valencia que Mallorca en el primer acto. A la insultante posesión del Valencia durante la primera mitad le faltó un grado proporcional de precisión en el pase y las transiciones en la zona ancha. Balón para el conjunto de Emery, que encontró intensidad y presión por parte del equipo de Joaquín Caparrós, pero poco más. El gol valencianista llegó de la única manera con la que creó peligro real. A balón parado y desde la esquina. Y los protagonistas fueron un tándem que se ha acostumbrado a base de buenas maneras a estar en boca del personal. Víctor Ruiz remató el centro de Parejo y Rami remachó el cuero.
Con el descanso llegó el tiempo de Caparrós. Debió de haber arenga en el vestuario. Volvió al césped un Mallorca valiente, que tiró su línea de presión unos metros arriba, rompió el sobe excesivo de balón valencianista y cambió el signo del partido. La tendencia cambió de jugar en la parte del campo del equipo mallorquín a pasar la mayor parte del tiempo en el sector valenciano. La pujanza, no obstante, no estuvo acompañada de acierto. Asignatura pendiente importante para los baleares. Pero enfrente estuvo un flojo Valencia. Sin alma. Carente de exigencia. Incapaz de buscar el segundo. Ya en tiempo extra, la zaga «che» fue incapaz de despejar un balón, que en una tempestad de rebotes acabó en la mano de Topal. Mano. Penalti. Y empate local.






