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Rafael Gordillo regresa esta tarde al Bernabéu, la que fue su casa siete años, y que le recibe ahora como visitante, al cargo de las relaciones institucionales del Betis, club que llegó a presidir de manera circunstancial. Es su tercera vez como «extraño» en Concha Espina: vio un partido desde la grada en 1995 y otro desde el palco, con el Écija, en la Copa en 2006.
Sabe bien cómo es el Bernabéu para los que vienen de fuera: «Para el visitante es horroroso. Pesa tela. Cansa mucho el césped. Parece más grande de lo normal. Hay mucha presión cuando juegas allí, pero el Betis ha sacado buenos resultados en ese campo. Con nuestra manera de jugar le podemos hacer daño y esperemos que nos salga un buen partido y que ellos estén un poquito peor».
Recuerda bien el efecto de ese estadio por ejemplo en los rivales europeos: «El día que perdimos en la ida contra el Borussia de Mönchengladbach (5-1) también me di cuenta lo que era el Madrid. Metí el gol y me expulsaron. Se me cayó el mundo encima. Estaba hundido y pensaba: “A los alemanes estos, ¿quién les va a ganar ahora?”. En el vestuario estábamos fatal, pero entraron Camacho y Juanito gritando: “¿Qué hacéis? ¡A estos los matamos en el Bernabéu! ¡Les vamos a meter seis!”. En la vuelta, en el Bernabéu, estábamos en el pasillo hacia el césped y ahí hay una reja para separar a los dos equipos. Yo estaba de paisano. Juanito y Camacho ya les estaban diciendo de todo a los alemanes. Salieron y ganaron 4-0. Se los comieron».
Ese espíritu de Juanito y Camacho lo comprendió enseguida: «Nada más llegar lo primero que te dicen es que tu cometido es entrenarte, jugar y ganar. Sobre todo, ganar. Eso te lo meten en la cabeza rápidamente».
Siempre bético
Lo que no olvidó nunca fue su corazón verdiblanco, que le hizo sufrir ya desde su llegada al Real Madrid: «Por desgracia me toca un Betis-Madrid en el primer partido de Liga. Eso era matarte. El peor partido de mi vida. Hacía mucho tiempo que no jugaba tan mal. Había crispación conmigo porque se había contado que me había ido por dinero. Era mentira y no me podía defender. Me vendieron porque habían avalado personalmente y debían dinero. Cuando llego a ese partido salgo al campo con el Madrid y los del Betis me llaman para hacerme una foto con ellos. En el centro. La tengo en grande en mi casa: salgo con esa camiseta morada-lila que es de las más feas del mundo. Rara. Entonces el campo empieza a corear mi nombre. Imagínese lo que podía sentir a la vera de mis compañeros y en mi casa porque me había ido hacía diez días... Jugué fatal. No sabía si echársela a los de las rayas o a los de morado. Horroroso. Lo que sentía por el Betis era como para saltar de alegría. Imposible. Ni me movía».
Y, claro, también reserva un hueco importante para el Real Madrid: «De los siete años que estuve allí no me arrepiento de nada, porque he disfrutado, he ganado títulos y es un equipo de señorío: desde los porteros del Bernabéu hasta Mendoza y todos los compañeros que he tenido».







