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Por distintos motivos, en algunas ocasiones podemos llegar a pensar que la actividad musical de nuestra región ha sido, como poco, ínfima. Sin embargo, en nuestro conocimiento ha de estar presente que en nuestras tierras castellanomanchegas han nacido algunos de los más importantes músicos españoles, convertidos, muchos de ellos, en figuras fundamentales del panorama artístico musical dentro y fuera de nuestras fronteras a lo largo de diversas etapas históricas.
Es posible que, para algunos de los habituales lectores de Artes y Letras, estos personajes sean más que conocidos y que lo que a continuación se presenta esté totalmente asimilado dentro de su saber. Sin embargo, es también probable que otros ni siquiera hayan oído hablar de estos músicos, desconociendo totalmente quiénes fueron, cuál fue su labor y qué significaron para el desarrollo musical. No obstante, no seamos pesimistas ya que, en cualquiera de los casos, algunos retazos melódicos de las obras de estos compositores podrían encontrarse flotando dentro de nuestros conocimientos, no sé si a la deriva o de forma fija amarrados en un ancla que nos indique dónde o cuándo los escuchamos.
Por ello, este espacio dedicado a la música abordará en este y próximos números la importante labor que desempeñaron músicos de la talla de Diego Ortiz, Torrejón y Velasco o Jacinto Guerrero, haciendo que así podamos —en cierta medida— adentrarnos, conocer, asimilar y disfrutar un poco más de aspectos sustanciales de nuestra cultura general. Diego Ortiz (Toledo, 1510; Nápoles, 1570) es, en esta ocasión, el encargado de acercarnos a la música de nuestras raíces; una figura de gran trascendencia para la historia de la música, no sólo a nivel nacional sino también internacional. Este compositor y violista toledano consiguió ser maestro de capilla en el virreinato de Nápoles a mediados del siglo XVI —por aquel entonces bajo dominio español— del tercer duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo y, posteriormente, del duque de Alcalá, Pedro Afán de Ribera.
Es menester tener en cuenta que durante la época en la que vivió Ortiz, los músicos del siglo XVI —ya fueran cantantes o instrumentistas, solistas o miembros de diversos conjuntos— solían enriquecer sus interpretaciones ornamentando la música que tenían delante. Por este motivo, durante estos años se realizaron más de una docena de tratados y métodos que proporcionaban instrucciones a los intérpretes sobre cómo improvisar estas ornamentaciones. Es en esta cuestión donde Diego Ortiz destacó notablemente gracias a su famoso Trattado de glossas, un libro de música para viola de gamba y clavicémbalo publicado en español y en italiano en 1553. Este tratado dedicado al noble Pedro de Urríes, Barón de Riesi (Sicilia), constaba de dos libros en los que, por un lado, se presentaban normas sobre cómo improvisar y realizar ornamentaciones, y por otro, distintas piezas (Recercadas), entre las que se encontraban algunas basadas en melodías de otros autores como Arcadelt o Pierre Sandrin.
La importancia de este tratado radica —según el célebre musicólogo Robert Stevenson— en el hecho de ser el primer manual impreso dedicado a la interpretación con instrumentos de arco, donde Ortiz muestra numerosos ejemplos de adornos instrumentales practicados en la época, los cuáles podían ser incluidos en diversos pasajes de obras musicales. Por tanto, a través de los trabajos de Diego Ortiz se plasma el gran papel que tuvo la música instrumental en el Renacimiento; al igual que también se muestra la inmensa fama que ostentaba la viola de gamba, instrumento con un papel primordial en la Europa renacentista.
Otra de las obras emblemáticas de este compositor fue su Musices liber primus, dedicada a Pedro Afán de Rivera —virrey de Nápoles durante 1565, fecha en la que fue editada esta obra— , una colección de polifonia religiosa que contiene 69 composiciones de 4 a 7 voces donde se encuentran himnos, salmos y salves basadas en obras de canto llano —música vocal tradicional de las liturgias cristianas—. El intachable trabajo de Diego Ortiz engrandeció, sin duda, la labor interpretativa instrumental de esta época, pero además, elevó la música española hasta altas cotas, haciendo que cada uno de los intérpretes de música renacentista —tanto los de épocas pasadas como los de la actualidad— giren en torno a su música como aspas de molino, de forma incansable, ascendiendo y descendiendo una y otra vez por sus magníficas melodías, permitiendo un continuo disfrute a todo el que las escucha. Por ello desde estas líneas animo a aquel que aún no se haya acercado a la música de Diego Ortiz que se sumerja en sus delicadas y sutiles sonoridades, ejemplo —¿por qué no decirlo?— de las mejores obras de arte.







