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La vida de Igor Shteyngart es mucho más interesante que la de cualquier personaje de ficción. Nacido en San Petersburgo en el seno de una familia judía –cuando el comunismo soviético todavía coqueteaba con el antisemitismo-, emigró a Nueva York con solo siete años y, según recuerda, no se desprendió de su acento ruso hasta la adolescencia. Pese a que pasó a llamarse Gary, sus padres le prohibían hablar o leer libros en inglés, por lo que se crió aprendiendo de los grandes de la Madre Rusia (véase Chéjov, Turgénev y Tolstói). Treinta años después, aquel niño con acento «raro» y gafas de pasta del gueto judío del Lower East Side se ha convertido en un exitoso escritor de los barrios elegantes. Quizá, en el más sarcástico y delirante de su generación.
En su última novela, «Una súper triste historia de amor verdadero», que publica Duomo en España, Shteyngart se las ingenia para narrar la utopía más perversa jamás contada: los Estados Unidos están regidos por un gobierno pseudo totalitario y armado hasta los dientes; la economía mundial está a merced del yuan chino; la Humanidad ha olvidado la existencia del libro; y un pequeño dispositivo llamado «äpärät» –¿el iPhone?- controla nuestra existencia publicitando a millones de usuarios nuestros niveles de colesterol, azúcar y desventuras sexuales. Salvando las distancias, Shteyngart no hace más que anticipar lo que nos espera a la vuelta de la esquina.
- ¿Esta novela es una distopía divertida o una profecía autocumplida muy triste?
- Creo que es la novela más triste que he escrito hasta ahora. Pero la sátira es así, muy triste. Siempre surge cuando perdemos algo bueno y tenemos que ir a su funeral para presentar nuestros respetos.
- ¿Esperaba que tantos elementos de su ficción se cumplieran en la realidad?
- Soy el Nostradamus que predice lo que ocurrirá de aquí a dos semanas. Algunas de las cosas más insólitas comenzaron a ocurrir dos meses después de que la novela saliera a la calle. «The New York Times» publicó un reportaje sobre unos vaqueros transparentes que se presentaban en la Semana de la Moda de París, exactamente iguales a los que describo en la novela. Después fui al MIT donde me dijeron que estaban desarrollando un dispositivo como el «äpärät», que controla todos los niveles de nuestra existencia. Y es que somos una sociedad en decadencia, pero aún así queremos saber dónde estamos exactamente en ese declive.
- ¿Es un aficionado o un detractor de las nuevas tecnologías?
- Soy un completo adicto. Tuve que investigar mucho para escribir sobre estas tecnologías, y pagué un alto precio por ello. Ahora no puedo concentrarme. Conozco a profesores de literatura que me dicen que no pueden terminar una novela. Así estamos, todo el día conectados…
- Y aun así, seguimos sintiéndonos solos.
- Sí, es extraño. Necesitamos hablar y escribir, pero ya no leemos. Hay un gran narcisismo en esa actitud, nos sentimos tan importantes y creemos que tenemos tantas cosas interesantes que decir, y mientras tanto perdemos el tiempo que podríamos dedicar a leer y reflexionar.
- Ha tomado clases de actuación con Louise Lasser, la ex esposa de Woody Allen. Me pregunto si esta novela no tiene algo de «El dormilón» de Allen.
- Amo a Woody Allen, aunque yo no estoy casado con mi hija. Pero supongo que ese es solo un detalle.
- ¿Le preocupa que su país ya no sea el no va más?
- No, lo que me preocupa es cómo lo vamos a asumir psicológicamente. No tiene por qué ser trágico, pero estoy seguro que nosotros lo viviremos como lo peor. Los estadounidenses creemos que hemos sido creados por Dios para mandar y gobernar al resto de las “bestias”. Por eso, mientras más caemos económicamente, los partidos carismáticos y religiosos como el Tea Party cobran más protagonismo. Erik Perry, quien probablemente sea el próximo presidente de EE.UU., lidera un grupo de rezo de 2.000 personas. Eso dice mucho de nosotros.
- Tan cerca del aniversario del 11-S, ¿su escritura se vio afectada por los ataques?
- Escribo sobre lo que ocurre después de los ataques. El 11-S fue una tragedia, pero mueren 3.000 personas todas las mañanas en cualquier rincón del planeta. Lo que nos hicimos a nosotros mismos después del 11-S fue mucho peor que lo nos hicieron los terroristas.
- ¿Y que se hicieron a sí mismos?
- Nos obsesionamos con la venganza y la guerra. El verdadero peligro es económico, y en vez de focalizarnos en eso hemos preferido volcarnos a una carrera militar. Solíamos cambiar el mundo, ahora solo reaccionamos a él.