Hay un par de metros cuadrados en el área del gol sur del Camp Nou sobre los que Messi está levantando un prodigio aparentemente insignificante. El pasado 24 de septiembre, en ese lugar, recortó hacia dentro el pasmo de Mario Suárez y Godín, que le miraron irse ya solo hacia Courtois, y marcó el 3-0 contra el Atlético de Madrid.
En su trayecto hacia el prodigio insignificante, grabó unos días después un vídeo en el que explicaba la sencillez del movimiento, la ausencia de secreto. Aunque, como si en realidad escondiera alguno, toda la semana pasado han estado repitiendo las imágenes en varios canales de televisión. El engaño hacia fuera, la sutileza del interior del pie izquierdo hacia dentro, el gol. Evidente ausencia de secreto.
Con el vídeo ya desteñido por las repeticiones y el hartazgo de quienes lo habían entendido todo, llegó el Racing de Santander al Camp Nou. En el minuto 11, Messi se coló entre dos defensas y se plantó en aquel lugar del área del gol sur del 24 de septiembre, frente a Toño, el portero. Como en el vídeo gastado de esa semana, sugirió el camino de fuera, y también como en el vídeo y exactamente como en el partido contra el Atlético, el interior de la bota izquierda les llevó a él y al balón a un espacio vacío desde el que también marcó. Todo igual.
Da la impresión de que Messi, acostumbrado ya a provocar el asombro mediante lo inesperado, haya encontrado que el siguiente paso en su leyenda deba darlo sobre lo previsible. Parece aún más extraordinario Messi viendo cómo se escabulle también de situaciones que cualquiera ha podido descifrar, en las que aparenta que nada esconde. Sobre ese pedazo de hierba del gol sur, es quizá donde el argentino más justamente se gane el título de prestidigitador. Con las mangas de las camisas hasta los codos. Imposible esconder nada.







