Aquella noche de Javi Varas

La gloria es eterna para Javi Varas, portero de presente con futuro incalculable, un monstruo que anuló al Barcelona en una actuación de manual, el partido de su vida. Lo paró todo y se ganó la salida a hombros al detener un penalti a Leo Messi sobre la bocina, la guinda a una velada que le consagra como un arquero con mayúsculas. El Sevilla protegió su portería y rascó un empate en un pulso vibrante que acabó de mala manera con bofetadas —Kanouté a Cesc— y expulsiones a raíz de la pena máxima que señaló Iturralde en el tiempo añadido. Un Barça-Sevilla fantástico, 97 minutos sin descanso.

Los andaluces, en un ejercicio agotador, alteran la Liga bipolar que cuestiona con acidez José María del Nido, presidente orgulloso de un equipo que tiene un tesoro en su área. Azuzado en sus últimas visitas al Camp Nou, se llevó esta vez un punto de valor incalculable gracias a un imperial guardameta, perfecto con manos y pies, imposible de superar para un Barcelona que cede por vez primera en su hogar y encima se quedó seco. Hasta el final buscó por todos sitios y Varas le negó los garbanzos, para él son los piropos de un debate sin tantos que resultó francamente interesante y que obliga a buscar adjetivos para ensalzar al héroe con guantes.

Atascado en el embudo, el Barcelona tuvo que cambiar antes de la media hora el plan inicial, corregido el dibujo para recuperar el 4-3-3 que tanto le ha funcionado en esta era celestial. No le iba bien el exceso de hombres por el medio al Barça, espeso en el control, dueño de la pelota sin premio porque el rival lo hizo perfecto en casi todo. Huele muy bien el Sevilla de Marcelino, que ha aprendido a defender al límite, incisivo en la presión y ordenadísimo en cada línea. Con buen gusto, mantuvo a raya al Barcelona y si se escapaba alguien siempre aparecía Varas.

Dominó por inercia el Barcelona porque así son las cosas en el Camp Nou, pero con menos gracia y desparpajo que en otras noches. Guardiola quiso ser genio otra vez y colocó a Adriano como atacante, socio de Messi y Villa ya que cabalga bien por la banda y asiste correctamente, y participó en las jugadas más relevantes hasta que se alteró el guión, imprescindible la vuelta a los orígenes porque el tráfico nublaba la vista del campeón. Cansado en apariencia e incapaz de desnivelar los duelos individuales, el Barcelona se impacientaba y se crecía el Sevilla. Cada minuto consumido era un triunfo.

El Barça fue ganando con el tiempo, mejorado después del intermedio porque los visitantes dieron un entendible paso atrás después de quedarse secos con un trabajo defensivo sobrehumano. Se jugó en una sola dirección, con todos los blancos por detrás del balón, y fue impagable el trabajo invisible de Campaña y Medel ya que achicaron como nunca. El Barça fue más eléctrico cuando Cesc volvió al fútbol después de su lesión, pero chocaba una y otra vez con el instinto magistral de Varas o bien con el larguero como en un remate de Iniesta. Imposible incluso el gol para un Messi fatigado, extraño ver un fallo en él. En el suspense llegaron múltiples ocasiones para los azulgrana y el penalti sobre Iniesta, que irritó a Kanouté y perdió las formas. Tal y como había transcurrido todo, solo podía resolverse con una estirada fantástica de Varas, el orgullo del Sevilla.