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El Atlético decae sin remate y un juego sin cambio de ritmo ante un Mallorca paupérrimo
Día 24/10/2011
La efervescencia de septiembre ha desembocado en el desapego de octubre. El fútbol del Atlético deja fría a su parroquia. Hay voluntad, intenciones y un plan. Pero los goles no llegan. Y tampoco el salero. Un Mallorca rácano se llevó un punto del Calderón. La grada ha empezado a darle al «Manzano vete ya».
El partido amaneció con una perenne indeterminación: ¿qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿Fue la mano al balón o el balón a la mano? O aplicado al criterio arbitral, tan disperso... ¿Cuándo se debe pitar penalti, al cortar la jugada o en la voluntariedad de la acción? El centro de Tissone fue al brazo de Silvio, quien hizo un ademán que probablemente engañó al árbitro. Gol del Mallorca a los 24 segundos y un escenario perfecto para la lógica profesional de Caparrós.
El técnico sevillano goza de una reputación preferente en el fútbol español, a pesar de que sus equipos no suelen jugar un pimiento. Se mueven con astucia en algo que se ha dado en llamar el otro fútbol, ese que emplea a los recogepelotas, los camilleros y todo tipo de actores externos, alejados del balón.
Habían pasado cinco minutos y dio toda la impresión de que el Mallorca había cumplido su cuota ofensiva. No tenía nada más que decir al respecto, salvo cazar algún contragolpe. Cualquier equipo de Primera puede ejecutar algún destello a la contra y el Mallorca se abandonó a esa modalidad. Fue una nulidad con la pelota en los pies y entregó el gobierno al Atlético. El grupo de Manzano se puso a remar.
A su manera y varias divisiones por debajo, el Atlético intenta imitar en algo al Barcelona. Mucho toque, circulación permanente por el centro del campo, giros y combinaciones en un loable propósito de estilo. Tiene eso, pero le falta todo lo demás. La penetración, el ataque por las bandas en superioridad, las internadas en el área y la conquista de posiciones de remate. Lo hace casi todo bien, pero olvida el cuchillo.
Entre la espesura del Atlético para llegar en buenas condiciones al área enemiga y la guardia uniformada que propuso Caparrós (siempre seis tipos cerca de Aouate), se celebró en el Calderón un partido de frontón. El Atlético empezó con el jai-alai, trote dinámico y perspectivas halagüeñas de la bota de Diego, siguió con la pala y terminó con el fatigoso recorrido de la pelota a mano. Dominó siempre, pero apenas se prodigó contra el Mallorca y con el paso de los minutos languideció.
Marcó Falcao de penalti en un absurdo empujón de Ramis y el gol, que mostró el signo de una catapulta, no tuvo ningún efecto sobre el balance de situación. El Atlético no se movió de su velocidad de crucero, después anodina. Careció de recursos para aportar algo nuevo, un elemento que encendiera el partido. Una chispa, al menos.
Quiso Manzano jugar con el cambio de ritmo de Reyes en el segundo tiempo, pero, contagiado por la atmósfera impuesta, el andaluz no dijo nada especial. Se sumió en esa flojera colectiva de medio campo hacia adelante, mientras su equipo se agarró al balón parado como solución de emergencia. El gol no llegó. El Atlético sigue tieso por ahí. Del Mallorca nunca más se supo. Dimisión total en la pobreza.






