Canarias

Canarias / EL CLUB DE LOS PINGÜINOS

Primavera de 1992 (II)

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Día 09/11/2011

PASABAN los minutos en aquella reunión del Capítulo, cuando Faber puso de manifiesto la conveniencia de instituir una Comisión de Homenajes, en el Ayuntamiento santacrucero, ante la lamentable circunstancia que se viene dando de que numerosos funcionarios se jubilan (¡y algunos, a pesar de eso, hasta buenas personas!) y no se les despide adecuadamente. Así, recordó a don Guerrero, conocido abogado del Puerto de la Cruz, hombre dotado de una cabeza super-size al que su compañero de juego, en el dominó, un taxista, se le dolía: «Parece mentira, don Manuel, que, con la cabeza que Ud. tiene, me haga esas jugadas». Y Guerrero, indignado: «Tengo grandes las dos».

Rodrigo habló de La Palma y sus tertulias vespertinas en el Paseo Marítimo, y de cómo cuando el Coronel don Pedro Ruméu fue destinado allí se ganó el «nómbrete» de «Educación y Descanso»: como se pasaba el día sentado en un café de la Avenida, y se levantaba siempre para saludar, porque era muy saludador.

Facundo leyó varios poemas de Omar Kkheyyan, autor por el que siente especial afinidad y con el que se siente identificado. Rodrigo, por su parte, dio lectura a algunos satíricos: De Góngora, contra Lope de Vega: «Dicen que ha escrito Lopico contra mí versos adversos: como yo vuelva mi pico contra el pico de sus versos a este Lopico, lo pico». Felipe IV le pide a Quevedo que improvise y Quevedo le dice que, para ello, que le dé un pie. El Rey le alarga la pierna, y Quevedo, cogiéndola por el talón: «En tan extraña postura podría creerse, señor, que yo soy el herrador, y Vos la cabalgadura». Y el que le hicieron a Francis Franco, hijo del Marqués de Villaverde, cuando cambió el orden de sus apellidos: «Por la alta bondad de Dios que en sus favores no es manco, en vez de un Francisco Franco, venimos a tener dos / El uno del otro en pos / Llega para nuestro bien / Pero, Dios nos libre, amén. Salvada por uno España. De que, doblando la hazaña. La salve el otro también».

Total, que así transcurrieron las horas y los Pingüinos acabaron quedándose solos, dueños del Restoran, perdidos en sus elucubraciones. Con lo que, tras la última copa de la despedida, hubieron de partir, entre mutuas efusiones.

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