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En 1912 el escritor francés Louis Pergaud publicó «La guerra de los botones», novela que se convertiría en su obra más conocida y reverenciada como objeto de culto por los franceses. Desde su aparición, muchos volvieron sobre los pasos de Pergaud y recuperaron la historia, no siempre con la misma suerte. La palma del éxito se la llevó su compatriota el cineasta Yves Robert, que en 1962 alumbró una película protagonizada por André Treton que llegó a marcar a generaciones enteras, también en la gris España de la época.
Casi medio siglo después, Christophe Barratier ha recuperado un sueño que perseguía desde muy niño, cuando leyó por primera vez el libro de Pergaud, y ha vuelto a llevar la historia a la gran pantalla. Pero esta vez la acción transcurre en el inmeso polvorín de vidas rotas, frustraciones y dolor que era la Francia ocupada durante 1944. Los protagonistas, como no podía se de otra forma tratándose del director de «Los chicos del coro», vuelven a ser pequeños que viven con inocencia su niñez mientras a sus espaldas se libra la más cruenta de las batallas.
«El tema principal del libro es la rivalidad entre dos aldeas, así que sería un poco repetitivo si no tuviera otro trasfondo», explica Chistophe Barratier. El cineasta buscó entonces un «periodo conflictivo» de nuestra historia más reciente y se dio de bruces con la Segunda Guerra Mundial, «sobre todo en Francia, ocupada en aquella época por los alemanes». Barratier no podía dirigir un remake de la cinta de Yves Robert porque no disponía de los derechos, así que se propuso darle una nueva vuelta de tuerca a esta obra, que el director compara con «Los miserables» por su relevancia en el patrimonio cultural francés.
Viaje iniciático hacia la madurez
«El libro descansa en sus grandes valores literarios, por eso me planteé situar esa pequeña "guerra de los botones" dentro de la gran guerra. Los niños hacen su propia guerra y se inventan un nuevo sistema, con la noción de solidaridad, de igualdad, viven una especie de viaje iniciático hacia la edad adulta y se unen transmitiendo valores republicanos y defendiendo una causa justa», cuenta Barratier. El francés, que maneja como nadie la capacidad de los pequeños para emocionar en pantalla grande, es consciente de que había que seducir al espectador con otras cosas y se sacó un as de la manga llamado Laetitia Casta, protagonista junto a Guillaume Canet (versión francesa de Patrick Dempsey) de la gran historia de amor del filme.
Pese al tufillo de pedagogía y buenismo que desprenden sus películas, el cineata francés no cree en la capacidad redentora del cine. Para Barratier, «el cine no cambia una vida, pero si la persona sale de la sala y durante dos o tres horas se siente con ganas de rebelarse, ya es algo, es más que nada». De ahí su intento por llevar a buen puerto este proyecto, «una película atemporal, porque trata valores universales».
Aunque «Los chicos del coro», su primer largometraje, tuvo muy buena acogida en Hollywood, a Christophe Barratier todavía no le deslumbran las luces de la meca del cine, hasta el punto de considerar necesario «hacerles ciertas preguntas a los estudios para molestarles, trastornarles, inquietarles un poco». Tras reconocer que recibe «muchas ofertas» y alabar que allí «no escatiman en medios», Barratier sentencia: «Los cineasta europeos que han ido a Hollywood a trabajar nunca han hecho su mejor película, muy a menudo han hecho su peor película. Solo iré a Hollywood para hacer la mejor película de mi vida».
