Grandeza en el sufrimiento

Emery propone y el Madrid dispone. Dos jugadas, dos respiros, dos minutos fue lo que duró la presión enfervorizada del Valencia, que parecía que comería bollos rojos al principio del partido. Ja. Un espejismo. Fue asentarse el Real y Mourinho soltó una jauría de dogos en el medio campo. En realidad soltó a uno: Lass, y con eso le bastó. El francés recorrió la medular levantina soltando dentelladas con mandíbulas de acero y dientes afilados. Luego metió a Khedira por delante para entorpecer la salida del Valencia y los de Emery se fueron por el sumidero del tembleque. [Estadísticas]

Desde ese minuto dos, todo fue del Madrid, que se echó el partido a la espalda, cogió el balón y ya no lo soltó. El Valencia se encontró sin faro. Emery no había dado bola a Parejo en toda la temporada y, sin poder contar con Banega, le dio toda la responsabilidad al ex madridista. Pero no pudo. Sin balón y sin apoyos (había 50 metros entre la línea defensiva del Valencia y el medio punta) Parejo se perdió. Él y todos los blancos. [Así hemos narrado el duelo]

La marea roja fue incontenible. En medio de la confusión, el Valencia cometió un error defensivo (cometió varios pero ese fue clave). Se despistó en una falta —Feghouli pidiendo perdón a Marcelo, los centrales mirándose y hablando sin ver el balón y ningún centrocampista tapando la salida de la falta—. Así que Xabi Alonso alzó la vista, calibró la distancia, midió su diestra y la puso justo en la chepa de los centrales rivales, donde llegaba Benzema. Un toque, un gol. Nada que hacer para el buen Alves. [Las mejores fotos del partido]

Atontado estaba el Valencia y más atontado se quedó. No entendió el partido ni lo supo leer. Con Khedira en la media punta presionando a los centrales y la salida de balón taponada, el Valencia nadó en tierra de nadie mientras que el Madrid le arrollaba como una ola centímetro a centímetro, metro a metro.

Si el equipo levantino llegó con alguna ventana abierta al descanso fue porque Cristiano aún estaba con la resaca europea en su cabeza y sus pulmones y porque esa demarcación de Ozil en la derecha le deja sin el 60 por ciento de su fútbol de seda. Y aun así avecinaba ruina para el equipo, que no tenía el balón y cuando lo tenía llegaba Lass como una fiera desencadenada y les quitaba balón, cuerpo y alma, todo en uno, sin descanso, sin pausa, sin hacer prisioneros. A Lass le da igual, no conoce ni se para a conocer. Ve una camisola rival y la arrasa y a su vera todo el grupo avanza al son de tambor, tocando generala.

Cambio de signo

El Valencia no tuvo más que remedio que cambiar cromos tras el descanso. Adelantó sus laterales y todos dieron un paso adelante buscando algo más. Cierto que dejó espacios atrás pero no le quedaba otra que ofrecer el pecho y dar la cara, aun a riesgo de que le rompieran ambos dos. El signo del encuentro cambió algo. Con el balón, el Valencia mejoró y el Madrid empeoró, al tiempo que todo se niveló.

El encuentro se metió en el fango, en el terreno preferido de Albelda, que se encontró cómodo rompiendo el ritmo, parando el juego, metiendo bronca y empujando con raza al Madrid hacia la portería de Casillas.

Con esa presión denodada del Valencia, que ya le tocaba, el Madrid cerró filas y jugó contra sentido: Ozil pegando, Cristiano en bronca continua, los jugadores exagerando las caídas, todo el mundo protestando y el fútbol olvidado. En el maremagnum, Vitienes se perdió, como el partido en sí. Seis tarjetas para el Madrid y dos para el Valencia, hecho desmesurado a todas luces, con muchas tarjetas evitables. El crucigrama lo resolvió Ramos con su físico. Fue a por el balón en un córner y metió un cabezazo que dejó casi listo el encuentro. Aún tuvo la suya el Valencia con un gol de Soldado, pero llegó Cristiano y borró del campo todas las minas.