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Comparecen los futbolistas del Atlético ante la prensa esta semana y el mensaje desfila entre la pesadumbre y un forzado optimismo que proviene de no se sabe dónde. «La gente me pregunta por la calle cuántos goles nos van a meter, pero yo les digo que somos el Atlético. Un grande», razona Gabi, centrocampista criado en la cantera rojiblanca y que, como casi todos los integrantes del club, creció con la animadversión al Madrid cosida la piel. «Por el momento que vivimos fuera de casa y por el momento que vive el Madrid en su casa, sería una sorpresa ganar en el Bernabéu», comenta el brasileño Diego, uno de los puntales del equipo. Pesa una cierta fatalidad sobre el Atlético ante su visita mañana al Bernabéu (20.00 h.), excepto para algunos casos concretos. Álvaro Domínguez (22 años, tercer capitán) es uno de ellos.
Palpa la afición y palpan los comensales que cada día conviven con la plantilla una falta de liderazgo en el vestuario del Atlético. Desde que se marchó Fernando Torres hace cinco temporadas, no ha habido un futbolista con la capacidad de aglutinar voluntades con su juego y su comportamiento en público. Con 19 años y el club recién ascendido de la segunda división, Torres fue nombrado capitán. Y hasta que se marchó al Liverpool en 2007, fue el líder indiscutible de la plantilla.
Poco o nada ha cambiado la espiral en el Atlético. Siguen llegando y saliendo jugadores, que pasan por la entidad e inscriben su nombre sin mayor gloria en las hemerotecas. Sucede lo mismo en la actual tesitura. Dos de los ejes del equipo, Diego y Courtois, están cedidos por el Wolfsburgo y el Chelsea, respectivamente. Y Falcao, el fichaje estrella, puede ser motivo de traspaso a nada que asemeje su promedio goleador al del Oporto, tal y como ha sucedido con otras estrellas, como Torres o el Kun Agüero.
Criado en la cantera y sufridor como aficionado tantas tardes en la grada, Álvaro Domínguez ofrece el perfil para sujetar los pilares del equipo. En su tercera temporada completa en la primera plantilla del Atlético, ya actúa como uno de los capitanes. Por orden natural le preceden Antonio López y el colombiano Perea (el jugador extranjero que más veces se ha vestido de rojiblanco), pero ninguno de los dos posee la mentalidad férrea y el carácter del defensa central. Y tampoco la ascendencia sobre el grupo. López y Perea son capitanes por veteranía, no tanto por el carisma.
En el último partido frente al Levante, Domínguez tuvo un par de gestos que gustan en la grada, en el vestuario y en el club. Tres minutos después del gol de Pizzi, el equipo valenciano empató en una evidente dejación de funciones de los jugadores atléticos, que bajaron los brazos y no defendieron con ímpetu, empezando por Reyes, que cubrió con los ojos a su par. Frente a las miradas cabizbajas de sus compañeros, Domínguez reclamó empuje, ánimo y cabezas altas.
Y lo mismo al final del partido. El Atlético despachó al Levante (3-2) no sin el tradicional soponcio de última hora en el Calderón (Rubén marcó el segundo tanto mediterráneo en el minuto 92) y cuando los jugadores enfilaban aliviados el camino de la caseta, Domínguez los paró en seco. Y volvió a ejercer de capitán. Pidió que todos se diesen la vuelta y saludasen a los 27.000 espectadores que se habían congregado en el estadio.
Courtois para y es un guardameta sólido, Diego dirige y es un referente en el Atlético, Falcao anota cuando puede y es la estrella, pero en el club del Manzanares dos futbolistas cogen vuelo al mando del vestuario: Domínguez y el turco Arda Turán. Tal vez porque saben que no están de paso por el Calderón.







