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Cumplidos veinte años del «Nevermind», uno de los discos que marcaron los años noventa, quizá valga la pena recordar otro que se pasó por alto entonces, pero que fue una verdadera joya: «Gish». Era principios de una nueva y prometedora década, y adolescentes de toda índole se peleaban por defender sus gustos musicales. Como toda la vida, vamos. Se dividían en dos: los acérrimos seguidores de Nirvana y los que seguían con fervor a la banda de un chico con una particular voz nasal llamada The Smashing Pumpkins, cuya segunda vida ha revivido.
Tal carisma de Billy Corgan, autor de letras cargadas de melancolía y desesperanza, no podía pasar desapercibido. Hasta el propio Homer Simpson tildó su música de «lúgubre» en un capítulo en el que caricaturizaba a la banda («Gracias a tu lúgubre música mis hijos han dejado de soñar con un futuro que yo no puedo darles»). Todo genio y figura.
En Madrid -novena visita a España de una de las mejores bandas de rock de los 90- presentó un repertorio correcto, sin demasiados atrevimientos, y repleto de algunas caras B y algunos coletazos de himnos de su generación, aunque faltaron muchos otros que dejaron un sabor agridulce. Quizá mucho ruido y pocas nueces... Con muchas ganas se quedaron aquellos que venían a escuchar tralla clásica.
Estuvo un tanto distante y casi ajeno al hipnotismo que se generaba entre el público
Solo un tema del «Adore», álbum que rompió moldes pero que se llevó a los puristas por delante. Con un as guardado en la manga se jugó la carta a varias bazas clásicas, como las extraídas del afamado álbum «Mellon Collie and the Infinite Sadness». Sí, esta vez, sí, aunque cayó en la despedida «Tonight, Tonight».







