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Se ha sumergido el Atlético en la espiral destructiva y ya nada parece tener sentido en el Calderón hasta nueva orden. La pulcritud de un partido preparado con cierto esmero le sirvió de poco a Gregorio Manzano en un clima bélico. Fue blanco de las iras de una afición que no aguanta a su entrenador porque nunca lo quiso y tampoco a sus dirigentes, los que siempre están un año detrás de otro. El Betis cazó en río revuelto sin mostrar nada y deja al Atlético más hundido que tocado. [Narración y estadísticas]
Las flechas apuntaron a Manzano, pero en administración de una justicia que no se lleva en el fútbol deberían haber señalado a Falcao. El magnífico delantero colombiano, honorable caballero que no se pierde en pendencias ni cuitas periféricas del fútbol, dilapidó el caudal que aportó su equipo en los primeros minutos.
Lejos de mostrar una mano temblorosa, ardor de estómago o carácter tibio, el Atlético propuso un fútbol estimable y una actitud correcta durante sesenta minutos. Contuvo las ganas de bronca de su hinchada con un juego potable, equidistante entre el maravilloso septiembre olvidado y la negrura de estos días. No permitió que los aficionados echasen más paladas al moribundo hasta que la situación fuese irremediable o se decretase al menos una tregua.
Manzano eligió que jugase Juanfran de lateral derecho en una de sus mejores apreciaciones de la temporada. Lo hizo muy bien el ex osasunista en el flanco por el que Perea martiriza de cuando a cuando a sus fieles. Se animó Diego en ese papel omnipresente que ha decidido asumir en una saludable muestra de personalidad. Colaboró Arda Turán según es su costumbre y por ensalmo Paulo Assunçao pareció otro jugador: robó, tocó, participó y distribuyó sin complicarse la vida.
El Atlético jugó bien en el primer tiempo, pero Falcao falló las ocasiones
Pero el fútbol es ingrato porque, a igualdad de condiciones o penurias, todo se puede decantar por un centímetro. El cabezazo de Falcao salió desviado por poco y algún resorte se activó en la grada del Calderón para pertrecharse ante una mañana de perros. El oropel de su fichaje, los tentáculos económicos de los 45 millones y la ilusión del Atlético se esfumaron por ese giro de cabeza mal orientado.
Reyes jugó en la segunda parte
El Atlético no decayó en el primer tiempo. Jugó bien. Movió el balón con cierta velocidad, de un lado a otro, siempre con Diego al mando y un Assunçao irreconocible por certero. Aunque es un equipo muy previsible en ataque y sus centrocampistas no llegan al gol desde la segunda línea, el Atlético gobernó con cierto empaque. Sobre el campo se vio una idea.
No marcó antes del descanso en un destello que se presumía imprescindible para la tranquilidad del colectivo y la fragilidad institucional no soportó el resbalón de Domínguez. Pozuelo encontró un resquicio en la grieta y provocó el derrumbe de la estructura.
Vino después el caos al que Manzano colaboró con la trasnochada sustitución de Diego y, en menor medida, de Arda Turán. Salió Reyes para remediar el desaguisado y ni contigo ni sin ti. Afloraron los nervios, ese ataque de histeria general que acabó con los pases, las aperturas y los repliegues solidarios. Ya nada valió para nada. Reyes no tiene cuajo ni espaldas para sostener a un equipo como el Atlético. Es un gran futbolista y mejor acompañante, pero para liderar se necesita otro carácter.
Santa Cruz marcó el segundo en el tradicional vahído atlético con el viento en contra. Juanfran la pegó al aire. Manzano está sentenciado porque no tiene enjundia para pilotar esta nave, pero no es el único culpable.








