Que los aplausos continuos e inmotivados son una lacra de la Semana Santa de Córdoba, y que sólo demuestran el carácter y el entendimiento de quienes los inician o secundan, es un hecho en el que todos los cofrades medianamente formados están de acuerdo. Pero están totalmente equivocados quienes creen que esas palmas «porque sí» son una costumbre de pocos años a esta parte, originada por la proliferación de costaleros no profesionales. Y es que ya en 1941 el alcalde de Córdoba, Antonio Torres Trigueros, dictó un riguroso bando en el que decía explícitamente, refiriéndose a las saetas, que «estas sentidas canciones populares han de ser escuchadas en silencio y con todo respeto, sin corearlas ni aplaudirlas ni prorrumpir al escucharlas en exclamaciones de aplauso o de censura, en todo caso irrespetuosas, que mi autoridad por medio de sus agentes denunciaría para la debida sanción». Era éste sólo uno de los puntos en que la primera autoridad municipal fijaba los criterios para la celebración de la Semana Santa en la calle.
Era costumbre instaurada en la posguerra, pero que se prolongó hasta bien entrada la década de los setenta, que en vísperas de Semana Santa el alcalde promulgara un bando recomendando o imponiendo normas para los días de las procesiones, que casi siempre incluían el cierre del centro al tráfico rodado y la suspensión de espectáculos teatrales y cinematográficos. Probablemente el de 1941 fue uno de los más rigurosos bandos dictados por las autoridades cordobesas en este dilatado período.
También los cantaores habían de acogerse a ciertas limitaciones a la hora de elegir las letras: en el texto difundido «se recomienda a quienes exteriorizan los sentimientos de su fervor en el canto de sentidas saetas, que las dirijan a las sagradas imágenes sean si es posible las de puro sabor cordobés en cuanto al estilo, y por lo que hace a la letra, las que también han tenido siempre arraigo en las costumbres cordobesas, o las nuevas que resulten premiadas en el concurso próximo o las que lo fueron en los celebrados en años anteriores». Efectivamente, ese año hubo un concurso de saetas patrocinado por el Ayuntamiento, dotado con 200 pesetas y que ganó la cantaora Antonia Díaz Rasero, «Niña de la Huerta».
Ley seca
Porque no sólo se prohibía aplaudir tras el cante de saetas (en aquel tiempo, aplaudir a los costaleros era inusual, entre otras cosas porque la mayoría de los pasos iban con ruedas). El bando también disponía la prohibición de vender o servir bebidas alcohólicas «y cualquier otro artículo que no sea de primera necesidad» entre las doce de la mañana del Jueves Santo y las diez de la mañana del entonces llamado Sábado de Gloria. Las mismas horas marcaban también la prohibición de la circulación «de toda clase de vehículos por otras vías que no sean los caminos de ronda».
Dado que las procesiones son un acto litúrgico, «debe ser presenciado —decía otro artículo del bando— como los demás del culto que se celebran en el interior de los templos: tocada la cabeza con velos o mantillas las mujeres, y descubiertos o destocados los hombres, y en la más correcta actitud, todos de respeto y de silencioso recogimiento».
Los espectadores de las procesiones también tenían sus propias limitaciones. El artículo séptimo y último señalaba, refiriéndose a la organización de la procesión del Santo Entierro en las Tendillas, que «se prohíbe terminantemente el establecimiento de personas en las calzadas», ya que debían permanecer «precisamente en el acerado, dejando libres las entradas de las calles que afluyen a dicha plaza».
Terminaba el bando dejando muy claro que «los agentes de mi autoridad cuidarán del riguroso cumplimiento de estas determinaciones e informarán a esta Alcaldía de las infracciones que se observen para la imposición de los correctivos que procedan».
Tranquilidad absoluta
En 1941 se incorporaron a la Semana Santa dos cofradías: la Paz y Esperanza, que hizo estación el Domingo de Ramos, y Jesús de la Pasión, que ingresó en el Miércoles Santo después de salir los dos años anteriores sólo por su barrio del Alcázar Viejo.
Y no debió de haber problemas con el cumplimiento de estas normas, ya que el mismo Domingo de Resurrección, el alcalde hizo insertar en el periódico local una nota agradeciendo tanto a los ciudadanos como a las cofradías su correcto comportamiento en la Semana Santa que acababa de cerrarse, lo que hace suponer que no tuvo «necesidad» de aplicar las medidas sancionadoras con que amenazaba.