
Cultivar el arte de sobrevivir
«Año tras año suben nuestros costes, pero nunca los de la venta en la misma proporción»
Repasando el artículo «La última frontera» escrito el año pasado por estas fechas, y ante el inicio de una nueva campaña citrícola, constato de igual forma la dependencia, crucial en este arranque, del fin de las existencias de las importaciones del cono sur (principalmente de Sudáfrica y Argentina) que junto con la tendencia a la baja del consumo durante todo el año (que no ha cumplido ni de lejos las expectativas más optimistas del curso anterior), hacen que al menos nos asalte la preocupación de tener que enfrentarnos a los problemas derivados de estos dos factores, que se unen a los ya estructurales tantas veces denunciados y que nos muerden como el arado a la tierra.
Las costumbres se adquieren por tradición o por repetición. Pienso entonces en que la explicación de lo que nos pasa con los cítricos pueda ser eso, que ya a fuerza de repetirse las mismas acciones, los efectos se convierten en costumbres, con el peligro y resignación consiguiente de que se acepten como tales.
Sí, parece ya una costumbre porque no paramos de repetirnos en la denuncia, y da igual porque el resultado no cambia. Durante todo el mes de agosto he escuchado cómo se disparaban los precios de los costos de producción de cualquier agricultor a través de la electricidad y carburantes, sobre todo.
Año tras año suben nuestros costes, pero nunca los de la venta en la misma proporción. Eso sí, disfrutamos de una globalización total, cuyo único fin parece ser proporcionar productos al mejor de los precios al consumidor final.

Riesgos de la globalización
Pero esta globalización y este fin conllevan dos riesgos fundamentales en nuestro sector, la falta de garantía en cuanto a seguridad alimentaria se refiere y la introducción de plagas que se convierten en un verdadero quebradero de cabeza (baste recordar al picudo rojo que afecta a las palmeras).
Así pues, en un sector al límite de la resistencia, es la propia cadena de distribución la que no permite trasladar al precio del producto la repercusión de los costos, diga lo que diga la regulación o norma de turno que finalmente nunca se aplica, como a cualquier sector que venda productos frescos.
De la misma forma, tampoco traslada la realidad del sector, regulando los vaivenes de la producción, algo que debería hacer a través de fomentar el consumo con una herramienta fundamental que maneja unilateralmente, como es el precio de venta final.
De igual forma no sólo no se nos protege por esa entelequia de Europa para competir en igualdad de condiciones, algo que vimos atónitos el año pasado con la crisis de los aranceles impuestos por Estados Unidos, sino que además no nos da armas para combatir esas plagas que ha permitido importar, prohibiendo productos que sí usan nuestros competidores, con el riesgo comentado que eso implica.

Operaciones y precios
Como otra costumbre más, veo que en un escenario con algo menos de producción y más aún de producción comercial, esto es con la calidad exigida debido entre otros factores a estas plagas que cada vez cuestan más y más combatir, no sólo los precios son bajos (salvo puntuales excepciones de partidas muy localizadas y tempranas de clementina, principalmente en Huelva) sino que no hay precio ni se cierran operaciones, adelantándonos lo que va a provocar esta tendencia de bajo consumo que se une al tapón que la fruta desembarcada del cono sur (fruta comprada a precios altos y a la que hay que dar salida) provoca en la producción nacional.
A este escenario le podemos unir interrogantes más globales que sin duda afectarán en la medida que lo harán en la economía en general. El año pasado teníamos a Trump y sus aranceles que machacaron principalmente a agricultores españoles, particularmente a nuestra aceituna de mesa, este tenemos a Biden a la gresca con Europa de nuevo.
Unimos otras incertidumbres, como los efectos del desplome de la multinacional Evergrande, la climatología cada día más extrema, nuestros políticos -los de aquí, los de allí y los de allá-, cada día más insensibles a todos estos problemas que no paramos de denunciar… En fin, que tenemos de todo para bordarlo, como siempre, por lo que ante una nueva campaña, como siempre ilusionante e incierta, los agricultores haremos una vez más lo que sabemos hacer tan bien: cultivar, sobre todo, cultivar el arte de sobrevivir.