La generación de 1984 del Colegio Portaceli organizó la noche del sábado una divertida fiesta de confraternización en el antiguo «Consultorio de Niños de Pecho y Gota de Leche de Sevilla», sede de la Fundación Gota de Leche —gracias a la gestión del ex alumno jesuita Jaime Hidalgo y la consideración de su tío Manuel Sobrino, director de ésta—.
D Al llegar allí, a pesar de no alcanzar la década, vislumbré el día de mañana. Los nombres de estos niños y niñas y su genuidad se mantenían, pero mucho había cambiado. Recuerdo cuando mi amiga Carmen Cepeda—mi nexo de unión con esta escuela, fábrica de grandes— entraba en Portaceli. Quería ser médico. Desde pequeña lo tenía claro. María periodista, Concha farmacéutica... Cuando la conocí con ocho años le pregunté que qué quería ser de mayor y me dijo «cirujano» —mismo—. Yo quería ser torero —después eché hechuras de picaor y me decanté por querer amasar letras—. Todos los niños queríamos ser algo dispar. Astronautas, toreros, bailarinas, actores... Ella lo tenía claro, cirujano. Estoy viéndome con mi socooter ir muchos días a la salida de ese colegio a ver a Carmen. Estaba tan integrado como un alumno más. Me sabía los nombres del profesorado, las historias de los equipos de fe, las multitudinarias
misas de última hora de los domingos. Era el lugar de encuentro. El sábado comprobé que estos niños grandes hoy son abogados, médicos, ingenieros, empresarios, periodistas, farmacéuticos, arquitectos. Entendí que la locura de los viernes de «EM»pasó y quedaba la serenidad. Se hablaba de trabajo, del primer piso y de la hipoteca. Mi querida amiga Marisa Navarrete lucía su anillo de compromiso, increíble. En dos semanas, se casa con Agustín, el niño que la «mensajeaba» entonces... Carmen, por su parte, es hoy la doctora Cepeda. Carmen es lo que quiso ser.









