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Orgullo maño

Zaragoza celebra hoy su día más especial en un festejo que une a una región con una larga historia y que tiene como bien más preciado su propia gente: los aragoneses

Orgullo maño FABIÁN SIMÓN

J. E.

Estamos en el centro de todo, pero nunca pasa nada. Somos lugar de paso; la parada, y tal vez fonda, de quienes viajan de Madrid a Barcelona o viceversa. Durante cinco siglos fuimos el reino que formó parte del origen de la Corona de España, pero hoy el olvido pesa sobre nosotros. Tuvimos que alzar hace poco nuestra voz para recordar al mundo entero que Teruel existe y hasta algunos «vecinos» buscan constantemente y sin base suficiente apropiarse de una historia que no les corresponde.

Pero Aragón tiene su propio latido, el ritmo constante de una región que por mucho que pase el tiempo revaloriza su bien más preciado: su gente. De nosotros se dice que somos nobles, atentos, entregados y generosos , pero también «cabezotas» y quizá algo tercos. Todo eso es cierto. Presumimos de sencillez y perseverancia, y no nos pesa que digan de nosotros que somos «brutos», pues eso confirma nuestro carácter tenaz y pasional.

Exhibimos con orgullo a nuestros máximos referentes, los personajes históricos que nacieron cerca de las orillas del Ebro. ¿A quién no se le ha oprimido el corazón contemplando los Fusilamientos del Tres de Mayo de Francisco de Goya ? ¿Quién no reconoce las huellas en la historia de la medicina de Miguel Servet o Santiago Ramón y Cajal ? Somos fruto del arranque silencioso de la tragedia y la locura que exhibió L uis Buñuel en sus más de treinta películas. Víctimas del amor desaforado de Catalina de Aragón hacia Enrique VIII, a lo que nunca renunció hasta morir rota de dolor en el lóbrego castillo de Kimbolton enamorada del hombre que la despreció. Herederos del arrojo de Agustina que, tomando la mecha de manos de un artillero herido, consiguió disparar un cañón sobre las tropas francesas que corrían sobre la entrada de Zaragoza durante la cruenta Guerra de la Independencia.

Nos han forjado siglos de historia hasta convertirnos en una región que admira sus raíces y exhibe con orgullo el amor hacia su tierra. El maño no saluda, te dice: «¡Qué pasa, có!». El maño no acaricia, «soba». Los niños son «zagales» y las chicas jóvenes «mozicas». Tenemos predilección por los sufijos «ico» e «ica» , pero no le busques explicación, así son estas «cosicas».

El aragonés se estremece al escuchar una jota y se emociona cada vez que recuerda el imposible gol de Nayim en aquel mayo del 95 cuando durante unas horas fuimos los reyes de Europa. Y, sobre todo, venera y respeta a esa Vírgen que no quiso ser francesa, sino capitana de la tropa aragonesa. Ella es el símbolo mayúsculo de la nobleza baturra, el de la sencilla gente que ondea su cachirulo y a la que no le avergüenza expresas sus emociones. Al fin y al cabo, «quien presuma de valiente y no sepa lo que es llorar, no ha oído cantar la jota al otro lado del mar».

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