Está prohibido aburrirse en el Calderón, escenario contemporáneo en donde el tiempo vuela cuando asoma el Barcelona. Ningún clásico del fútbol español resulta tan apasionante y divertido y se empeñan los dos equipos en alimentar la leyenda, un lujo de partido y así lo entienden Atlético y Barcelona, tan excitados por el marco que nada de lo anterior parece valer, entregados a una causa que representa algo más que tres puntos. Esta vez, al fin, la fiesta fue azulgrana y se desquita Pep Guardiola, incapaz antes de llevarse algo del Manzanares. Respira tranquilo después del patinazo ante el Hércules y salva la distancia con su eterno rival gracias a un encuentro perfecto y cuyo signo no admite discusión.
No caben todos en el apartado de agradecimientos. En un Atlético-Barça hasta se permiten los errores personales sin que haya castigo de por medio, pues la tensión es tan alta que cualquiera se puede salir de la raya. Se alternan el dominio y suele ganar, por norma, el que mejor controla el estado de ánimo. El Barcelona, dando un vuelco a la historia más reciente, controló esta vez la montaña rusa rojiblanca, impulsada por una afición tan apasionada que contrarrestó la ausencia de Agüero. Estuvo en el campo el argentino, que conste, pero fue tan poco productivo su trabajo que el Atlético pareció jugar con diez durante cincuenta minutos. Gastó esa baza psicológica Quique Sánchez Flores hasta última hora, pero en vez de espolear al personal lo deprimió al estar el Kun en otro planeta. Hay veces en que el corazón no le puede negar la mayor a las piernas y Agüero acabó sustituido entre la desidia de la parroquia, que refunfuñaba al ver que por ahí se perdía un altísimo porcentaje de ser feliz.
Diez minutos del Atlético
Nada nuevo en la salida, efervescente y desacomplejado el Atlético como siempre que se mide al Barcelona. Sin embargo, se desbravó a medida que el conjunto azulgrana (desconcertante con ese dudoso verde pistacho que vestía) le tomaba el pulso a la velada, impulsado primero por otra aparición celestial de Messi y tranquilizado luego con un destello de Piqué que contrarrestó el anecdótico resurgir colchonero. Media hora para no defraudar, media hora de rutina perfecta antes de que el Barça se sacudiera los fantasmas y le diera al botón del «on».
Salvo el insulso arreón final del Atlético de Madrid, el Barcelona llevó el duelo a su terreno y asfixió a la descompensada medular local, incapaz de contener y desesperados en su intento baldío de robarle la pelota a Xavi —insultante su manejo del balón— o a Iniesta. Con todo, el Barça se gustó sin encontrar mayor premio a su circulación ya que enfrente estaba De Gea, portero enorme que asegura años de aciertos.
Fue muy bueno el partido del Barcelona en global y le queda el pero del resultado ya que mereció una renta mayor. Se obsesionó Villa con el gol y arrojó algún síntoma de ansiedad en su continuo choque con De Gea, mientras que en el área contraria vivía relativamente tranquilo un Valdés que no supo nada de Forlán. La cita concluyó con una patada desmedida de Ujfalusi a Messi que puso el corazón en un puño tanto a los barcelonistas como al fútbol en general. Esa imagen preocupante de la camilla no cabe en estos clásicos.
