Ni un solo Alba, pero sí el novio de la duquesa, Alfonso Díez, en la fiesta de «Vanity Fair» con exposición de Mario Testino en el Museo Thyssen. La anfitriona fue la mismísima baronesa, que ya no sabe cómo proclamar a los cuatro vientos el nombre del padre de sus mellizas (esta semana reaparece con las niñas en «Hola») y de ahí que no entienda qué hacían los tres armarios empotrados que tiene como escoltas rodeándola en el interior del museo. Cuando uno recibe en su casa lo normal es dejar en lugar discreto al servicio de seguridad. No hacer una especie de besamanos con «gorilas» de mirada tensa y directa, que quitan las ganas de acercarse. Tal vez por eso Tita se pasó toda la velada junto a Testino, un hombre igual de agradable como bueno en su profesión, que debió flipar con ese despliegue que ni Kate Winslet llevó cuado apareció en la fiesta (al natural me pareció más bajita y delgada).
Altísimos por contra Luis Alfonso de Borbón y su mujer, que ya no se pierden una fiesta en Madrid. Sin su famoso escote vi a Eva Herzigova. Con curvas y a punto de lágrima cuando le hablo de su hijo estaba Ana Obregón. Un placer siempre es hablar con José Mari Manzanares y un «revival» recuperar en las fiestas a Pitita Ridruejo. A Beatriz de Orleáns la encontré de charla macrobiótica con Alejandro Bataller y a Cristina Valls Taberner, intentando que no le preguntaran por Juan Villalonga (me dicen que su boda es un «penalty» de los de toda la vida). Encantadores como siempre, los Segrelles, con su hija Paloma, Nieves Álvarez y su marido, Marco, Jesús Andreu y Víctor Cucart.
Con un amigo de Palencia y muy amable reconocí a Díez, quien me dió el titular de la noche. Todavía le quedan «once días de vacaciones y siete “moscosos”». Ni imagino la cantidad de planes que estará preparando Cayetana.









