Aguas revueltas en la economía mundial; el espíritu de cooperación multilateral por el que tanto han luchado los líderes del G-20, y no han conseguido en la última cumbre celebrada en Seúl, se tambalea dando paso al ¡sálvese quien pueda! en medio de una guerra de divisas que aviva el «desorden» mundial y un desacuerdo irreconciliable en la lucha contra los desequilibrios comerciales, con lo que esto puede implicar para las economías más débiles, como la española, nuevamente acorralada por una prima de riesgo instalada en máximos. ¿Qué está ocurriendo?, ¿donde están los focos del problema de la crisis? Los bandazos de los mercados de divisas han puesto nerviosas a las economías mundiales.
La iniciativa desesperada de la Fed por hacer arrancar a EE.UU. ha enojado a Europa
Una iniciativa a la desesperada de la primera economía del mundo por recuperar su crecimiento, lo que le ha enfrentado a Europa, que mira impotente cómo se aprecia la moneda única frente al resto de divisas. ¿Cómo actuar? La opción podría estar en seguir el camino de la economía estadounidense; ya se encargó el presidente Obama de dejar patente al G-20, en un ataque de ambición, que «la mayor contribución que EE.UU. puede hacer a la recuperación global es un crecimiento fuerte que genere empleos, ingresos y gastos».
Con este panorama, la solución a una salida conjunta de la crisis parecen más teoríca que práctica y lo seguirá siendo mientras las decisiones económicas se tomen por los Estados, dejando para los grandes foros como el G-20 las decisiones únicamente políticas. Son muchos los analistas que ven paralelismos entre la actual situación económica y la de la postguerra y reclaman la recuperación de aquel espíritu de consenso de Bretton Woods para alcanzar algún acuerdo global que acabe con la desestabilización que supone la guerra de divisas y la proliferación de políticas proteccionistas. Problemas viejos... pero afrontados con nuevas reglas.
Esta situación recuerda al "caracol contractivo" de Kindleberger
Pero no es sólo Merkel la que alerta del peligro de una vuelta al proteccionismo, mientras esta corriente prolifera por doquier. Hubo un momento en 2009, ante el miedo colectivo al colapso, que pareció que los países estaban dispuestos a armonizar la salida de la crisis. «Sí, pero entonces era fácil ponerse de acuerdo para gastar más —apunta Fernando Fernandez, profesor del IE Business School—. Ahora, en 2010, cuando es evidente que la situación exige ajustes de gasto, la coordinación es más difícil. Pero precisamente se hace mucho más necesaria, para evitar una espiral deflacionista mundial».
Juan Velarde, vicepresidente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, recuerda a Kindleberger y su estudio sobre la Gran Depresión en el que mencionaba a su famoso «caracol contractivo». «Consiste —explica Velarde— en que al intentar salvarse un país, dificulta el comercio internacional, con lo que todos los demás se perjudican y, al intentar superarlo todos y cada uno aún lo contraen más, con lo que el primero vuelve a resultar perjudicado y retorna en su actuación, hundiendo más todos, y así sucesivamente».
Existen demasiadas tensiones a ambos lados del Atlántico como para que haya coordinación
En opinión de Martin Rahe, profesor de Economía Internacional de EADA, lo importante es que los países hagan las reformas necesarias para poder responder a una competencia global. «La guerra de las divisas expresa la impotencia de los países por competir a nivel internacional y mantener o hacer crecer el bienestar del país. Es legitimo, por tanto, que cada país busque la mejor solución para sí mismo, de manera que pueda responder mejor a sus necesidades. Difícilmente se puede trabajar en contra de las fuerzas del mercado buscando un crecimiento económico sostenible. Mejorar la competitividad de un país a través de la devaluación artificial de la moneda es una política cortoplacista que no mejora la situación exportadora a largo plazo», puntualiza.
Los analistas no dudan al asegurar que existen demasiadas tensiones político-económicas a ambos lados del Altántico como para esperar mayor coordinación ahora. «Tras las primeras declaraciones de intenciones del G-20 en los momentos más álgidos de la crisis todo parece haber quedado, en eso, en buenas intenciones —asegura Santiago Carbó, del departamento de Teoría e Historia Económica Facultad de CCEE y Empresariales Universidad de Granada—. Los problemas que surgen de esta crisis avanzan a un ritmo más acelerado que la coordinación y las posibles soluciones globales. Ya era de por sí complicado lograr vías de entendimiento común suficientemente consolidadas y concretas respecto a la reforma de la arquitectura financiera internacional cuando, además, han aparecido otros problemas como la guerra de divisas, que está causando inestabilidad y un cierto descontento en el ámbito del comercio internacional, que no acaba de escenificarse en el ámbito diplomático».
Es un reto conseguir que americanos y europeos excepto Alemania ahorremos más y gastemos menos
El nerviosismo se ha instalado entre las principales auroridades económicas mundiales y los intentos por aportar soluciones se han vertido a la desesperada desde todas las vertientes y ángulos. Una de las últimas propuestas llegó de la mano de Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial y ex secretario del Tesoro de Estados Unidos, quien para poner freno a la guerra de dividas ha levantado ampollas al poner sobre la mesa la posibilidad de volver a utilizar el patrón oro como referencia a la hora de fijar el tipo de cambio y la paridad de las principales monedas internacionales. Desde el Banco Mundial se pretende volver, por tanto, a un sistema monetario en el que el valor de la moneda de cada país debe estar respaldado por una cantidad fija de oro en poder de su banco central. «Va a tener dificultades la vuelta al patrón oro y desde luego desbarataría al euro y a su zona, con lo que algún país, como España, da la impresión de que volvería a moneda fiduciaria», asegura Juan Velarde ante tal propuesta.
El profesor del IE, Fernando Fernández, no comparte la tesis de que hay un nuevo espacio para una revisión del patrón oro, «pero hay que reconocerle a Robert Zoellick el valor para poner el tema sin tapujos encima de la mesa».
En momentos de tensión resultan más apreciables las desconexiones en la coordinación internacional. ¿Es posible que se genere un nuevo orden mundial? Para Santiago Carbó este supuesto es exagerado, «vivimos, en cualquier caso, agobiados en exceso por el corto plazo y debemos volver a poner el énfasis en la grandes medidas y acuerdos de largo plazo que garanticen y consoliden la estabilidad.
En este punto tampoco parece haber consenso, puesto que el profesor de Eada, Martin Rahe, señala que seguramente habrá un nuevo orden mundial. «China e India surgen como nuevas potencias económicas que hay que tomar muy en serio. Al mismo tiempo, EE.UU. está luchando contra un declive que no se basa sólo en una mala coyuntura, sino que tiene mucho que ver con aspectos estructurales. En el caso de que la guerra de las divisas y los «global imbalances» se mantienen o agravan, la dinámica de la globalización podría ralentizar a favor del proteccionismo».








