Cerrado el círculo de los cuatro grandes, a Rafa Nadal solo le queda la Copa de Maestros, torneo que siempre se le ha resistido y del que nunca, hasta hoy, había pasado de semifinales. Nadal ya está en el partido decisivo y espera rival, que saldrá del Federer-Djokovic del turno de noche.
Después de derrrotar a Andy Murray en un pulso épico y durísimo por 7-6 (5), 3-6 y 7-6 (6), tres horas y 11 de batalla, opta al título que falta en su museo. Nadie controla mejor que Nadal las situaciones extremas, capaz de resucitar en la muerte súbita de la tercera manga cuando lo tenía crudo. Otra lección de garra, otra lección de genio.
Repleto el O2, entregado a Murray para ver si de una vez por todas entierra el gafe que le persigue en las citas importantes, Nadal se superó a sí mismo no sin antes pasar por miles de complicaciones. "Si hay un favorito, es Murray", dijo el balear en la previa, incómodo con el papel que le atribuía su oponente. Se fijaba en la pista, en la bola y en las características del escocés, más apropiadas seguramente para esta superficie. Ni por esas.
Nada frena al español, de menos a más desde que en la primera jornada las pasara canutas ante Andy Roddick. Cada día ha jugado mejor y en la semifinal, contra la quinta raqueta del mundo (será la cuarta ya que pasará a Soderling), tuvo que emplearse más a fondo que nunca.
Una hora después del inicio, concluía el primer set, resuelto en un juego decisivo dramático en donde Murray hincó la rodilla. Hasta entonces, ambos defendieron su saque con una autoridad pasmosa. Tanto Nadal como Murray solo fueron capaces de sumar seis puntos al resto y, en el caso del mallorquín tres fueron por las dobles faltas de su enemigo. Ni una pelota de break, todo hipotecado a la suerte del tie break, en donde Nadal pisó un poco más el acelerador, letal en los momentos puntuales.
Orgulloso como buen escocés, alentado por su gente en un incesante concierto de "Come on, Andy", Murray exprimió al margen su talento, especialsita en cubierto y finísimo cuando le entraron los primeros saques. Acabó con 22 aces, pero no le bastaron. Sin embargo, sí que fue capaz de llegar al set decisivo porque en el segundo, beneficiado por un apagón de Nadal cuando mandaba por 3-2, creyó en que esta vez era posible, en que esta vez sí que iba a ser buen anfitrión. Murray es muy bueno, pero le ha tocado jugar a tenis al mismo tiempo que lo hacen Federer o Nadal.
El local enlazó cinco juegos consecutivos hasta el 1-0 del tercer set. Apenas había rastro de Nadal, pero el británico le dio vida al regalarle el saque en el tercer juego con una dejada infantil que se quedó a medio camino. El número uno tuvo dos bolas de break en contra con 4-2, pero salvó los muebles con dos buenos saques. Desperdició una pelota de partido con 5-3, cuando restaba con 30-40 y envío su revés fuera. Y se enredó cuando servía para la victoria al perder esa renta. Igualado todo a cinco, dispuso de un break point que no aprovechó.
El billete para la final estaba en la muerte súbita, épica como toda la tarde. Cogío carrerilla Murray, lanzado con el 3-0 (dos mini breaks), pero una vez más se le encogió el brazo, temeroso cuando huele la victoria. Nadal le castigó en los puntos clave, le dejó tieso en un golpe a contrapie y acabó cerrando el triunfo con un puntazo que resume la velada. El domingo estará en la final, puede convertirse en el tenista perfecto.






