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Todos tenemos una imagen de Nueva York que surge del cine y, en menor medida, de los libros y del cómic. En el cine, Nueva York es una ciudad amenazante y salvaje llena de alcantarillas que boquean humo blanco, prostitutas que recorren las aceras, amarillos taxis Checker y callejones llenos de basura y de asesinos. En realidad, en Nueva York apenas hay callejones. Hay uno al sur de la calle Houston, unos bloques al este de Broadway, y otro entre Bowery y Christie Street (Freeman Alley), y luego hay rarezas encantadoras en el Village, llenas de flores, de ginkgos y de ailantos, como Patchin Place, donde vivieron e. e. cummings y Djuna Barnes, y Washington Mews, una hilera de residencias de lujo. Pero los típicos callejones peligrosos, llenos de cubos de basura y cerrados por puertas de alambre, simplemente no existen.
En cuanto a los taxis Checker, son cada vez más difíciles de encontrar. Y, aunque hasta hace unos años uno podía encontrar prostitutas caminando tímidamente por Lexington Avenue, la prostitución callejera está prohibida. De modo que sólo quedan los chorros de humo, que son en realidad fugas de vapor de agua producidas por el sistema de calefacción urbana más grande del mundo, el Con Edison Steam System. Tengo que decir que en mi última visita a Nueva York, pude comprobar con tristeza que el vapor ha desaparecido casi por completo.
Tom Wolfe, DeLillo, Auster y Jonatham Lethem, entre otros, recorren Nueva York en sus libros
Puesto que todas las cosas que hay en la ciudad y que suceden en ella han sido convertidas en material de películas, novelas, poemas y documentales, todo lo que hay y sucede en Nueva York aparece envuelto en esa especie de aura y de realidad intensificada que nos proporciona el hecho de poder mirar las cosas a través de la lente de la imaginación. La joyería Tiffany’s no es sólo una joyería, y es imposible pasar ante sus puertas sin pensar en Truman Capote y en Audrey Hepburn.
Una enorme ballena
Los sueños, las imágenes, las vidas imaginarias, llenan las calles y los parques. En todas las ciudades del mundo hay barrios, hay semáforos, hay mendigos, hay escaparates, hay hoteles, hay carteles luminosos. Los aceptamos como parte del paisaje. En Nueva York, por el contrario, los vemos, se levantan ante nosotros como seres vivos llenos de significado e intención. Las esculturas de animales felices del jardín de Saint John the Divine se transforman, en «Espacio», de Juan Ramón Jiménez, en una visión de la Edad de Oro. Las gárgolas art déco del Chrysler Building transforman las torres de Manhattan en el perfil de una gigantesca ciudad gótica. De aquí surge Gotham, la ciudad de Batman, una especie de Nueva York magnificada en todas sus agonías de crimen, de desesperación, de majestuosidad arquitectónica, de lluvia.
En Tiffany's es imposible no pensar en Truman Capote y Audrey Hepburn
Fantasmas de otro mundo
Los lugares de Nueva York no son sólo lugares del mundo físico: están todos habitados por fantasmas venidos del mundo de la imaginación, que viven en ellos y los transforman ante nuestros ojos. En la Cedar Tavern se reunían Morton Feldman con Frank O’Hara y con los expresionistas abstractos, pero también con el artista Rabo Karabekian (Barbazul, de Kurt Vonnegut). La biblioteca Pierpont Morgan, en tiempos la mansión del magnate del mismo nombre, es el escenario de una revolución de negros armados en Ragtime, de Doctorow. El parque de Gramercy, el último parque privado de la ciudad, el centro mágico de la isla en la novela Pequeño, grande, de John Crowley. El museo Guggenheim, el escenario de Cremaster 3, de Matthew Barney, donde un hombre con una peluca rosada y un tartán escocés trepa por los pisos y se encuentra con una mujer leopardo. Y luego están el Bronx de Tom Wolfe, el Queens de Don DeLillo, el Brooklyn de Betty Smith, de Paul Auster, de Jonatham Lethem…







