A siete meses de cumplir los 81 años, los propósitos de Bernie Ecclestone respecto a la Fórmula 1 van por un sendero y los estímulos de las estrellas del volante van por otro. El teatro de coches, dinero y lujo se dispone a arrancar el próximo 13 de marzo si la revuelta social en Bahréin no lo pospone y en el pálpito común subyace una idea: espectáculo.
El viejo y brillante Bernie es menos purista que los escrupulosos celadores de la Fórmula 1, aquellos ideológos para los cuales esto se trata de un deporte estrictamente de motor. Ecclestone ha demostrado cientos de veces que sus neuronas enfocan en otra dirección. Quiere audiencia, espectáculo, tertulias, presencia de marca y, por encima de todo, dólares.
A muy poca gente se le hubiera ocurrido convertir una desgracia personal en una fuente de ingresos. Bernie fue atacado por unos malhechores a las puertas de su casa y recién salido del hospital comenzó a ingeniar la siguiente ocurrencia. A los pocos días, salió un anuncio en varios periódicos ingleses y americanos. «Vean lo que la gente es capaz de hacer por un Hublot», decía el eslogan debajo de la fotografía del octogenario supremo de la F-1 con el ojo derecho a la virulé.
Ecclestone busca el entretenimiento de los espectadores de la Fórmula 1 por encima de todas las cosas. Un sentido comercial del deporte. En su día llegó a decir que era una «bendición» la llegada de Hamilton al paddock. No por ser inglés, sino por ser negro. Y le ponía un pero en su tono sarcástico habitual: «Lástima que no sea musulmán». El jefe del tinglado ya vislumbraba un mercado inexplorado en la F-1, como son los países del Magreb.
Ecclestone ya intentó hace unos años gestionar las clasificaciones de la Fórmula 1 a través de un sistema de medallas. Sólo puntuaba el que ganaba. Y a los demás, ni agua, en un clamoroso empeño por incentivar la lucha, aparcar las calculadoras y reactivar la pelea en la pista. Bernie, que lo ha conseguido todo, no ha dado con la tecla del piano que impulse su primera inquietud: los adelantamientos en el asfalto.
Probó con el experimento inconcluso de las medallas y luego con una especie de turbo llamado Kers. Varió el sistema de puntuación para premiar a los ganadores de cada carrera y dejar insatisfechos a los actores secundarios. Nada de esto ha fomentado el deleite y la diversión. El público de la Fórmula 1 es fiel y defiende su deporte con pasión, pero Ecclestone y la parroquia del motor admiten que hay demasiadas carreras insustanciales, en las que solo un accidente o un error cambian la dinámica. El supremo y los aficionados coinciden: quieren más variantes, adelantamientos y hachazos en las curvas.
La Fórmula 1, un producto único que se reinventa cada año y que busca los mercados como un pionero del deporte —este año debuta India en el calendario—, propone esta vez los alerones móviles. Los pilotos podrán imprimir más velocidad a su coche cuando lleguen al rebufo de un rival abriendo el alerón trasero. Sin aire, más aceleración. La novedad requerirá más inversión en la época del fin de la abundancia, más atención y capacidad de decisión para los pilotos y más follón a la vista con la reglamentación. Pero Bernie no lo duda: los adelantamientos son el elixir de la vida de la F-1 y por ese aro tienen que pasar todos. Cuestión innegociable.







