Cuando a principios del pasado siglo a un curtido editor inglés se le ocurrió sentenciar que «Los hechos son sagrados pero las opiniones libres», sabía por qué lo hacía. De polémicas están llenos los diarios; la última, a cuento de la brutal dependencia energética de este país (esto es un hecho, desde hace tiempo) y de la precipitada (esto es una opinión) reducción del límite de velocidad a 110 kilómetros por hora para aliviar la factura del petróleo. Medida que mañana mismo, y hasta el próximo 30 de junio, entra en vigor.
A las puertas del diario nos espera Germán Pérez, subcampeón de España de Fórmula Super Toyota en 1998 y ahora monitor en la escuela de conducción deportiva de Drivex. Está al volante de un reluciente Volkswagen Polo GTi de 179 c.v.; una verdadera joyita. Con él, decidimos que el tramo entre Madrid y Albacete, con poco más de 250 kilómetros de distancia entre ambas ciudades y una altitud similar es perfecto para nuestro pequeño ejercicio práctico. Con el depósito lleno, el ordenador visualizando datos y el bolígrafo y la libreta tomando cada 50 kilómetros lecturas de consumo medio, velocidad y tiempo invertido, iniciamos la ruta a 110 kilómetros por hora. Quedan por delante quinientos kilómetros de recorrido, entre ida y vuelta —ésta a 120—, en los que respetamos escrupulosamente los límites de señalización. Cuando hay que bajar a 90 kilómetros por hora, se baja, y cuando se puede ir a 120, no pasamos ni uno más de ese límite. Incluso si hay que descansar, como recomienda la DGT, se hace, con café incluido. Por eso, hemos salido a las 14:22 y regresado a las 20:20; seis horas para un viaje (parada incluida) que equivaldría a un trayecto completo a la costa levantina y en el que nos ha dado tiempo a hablar de todo, de hechos y de opiniones.
Hemos expuesto nuestros datos sobre la calidad de las nuevas autopistas y de cómo se ha avanzado en la seguridad activa de los coches, pero sin embargo vamos a conducir más despacio que nuestros padres; de que reduciendo la velocidad probablemente disminuimos el consumo de gasolina, pero que en carretera influyen más el tipo de conducción (más o menos brusca), el viento, la presión de los neumáticos, el estado del filtro del aire o si te pillan obras y atascos (como el monumental caos vivido este pasado viernes en la A-6 de Madrid a cuenta del súbito temporal de nieve), por no mencionar la infinidad de señales de tráfico que hay que cambiar.
Y como no podía ser de otra manera, hemos opinado que si fuese el Gobierno el que nos pagase la gasolina podríamos entender la medida, que para saber si llegamos a fin de mes o no, no hace falta que me obligue a ahorrar papá Estado. También, de cómo por tanto dialogar a una velocidad en la que te dan ganas de bajarte a empujar el coche, nos hemos comido la banda sonora de un lateral (esto vuelve a ser un dato, no una opinión). De que si nos quisiéramos escapar a la playa un fin de semana con los pequeños preguntando cada quince minutos «¿cuánto queda?», por mucho DVD que se lleve de serie, mejor te vas con ellos al parque. De que ya vale de prohibir y prohibir (esto no es ni un dato, ni una opinión, es un ruego).
De muchas cosas hemos hablado en las seis horas invertidas en la prueba, y en particular de una muy concreta e ilustrativa: ese momento adelantamiento a 110 kilómetros por hora a una larga caravana de camiones por las interminables rectas de Albacete con un Honda Civic fundiéndonos la trasera con las largas y unos insultos brotando de sus fauces que ni Arturo Pérez Reverte se atrevería a escribir en estas páginas. Absolutamente surrealista, y estresante.
Que se ahorra gasolina es muy posible, y así lo indican a priori los datos anotados en nuestra prueba. Otra cuestión es que, fuera de las condiciones de laboratorio, son tantos los factores que influyen en el consumo de gasolina de un vehículo entre un trayecto y otro, que determinar la efectividad de la nueva medida es prácticamente imposible. Y eso, es un hecho.









