En el Chelsea aún no se lo explican, atónitos porque 58 millones de euros después Fernando Torres sigue a cero. El gol es caro en el fútbol, premisa básica para entender el circo, y ahora se exprime el discurso clásico de las rachas de los arietes, tan cerca de la gloria como del infierno porque para ellos la vida depende del acierto.
Ahora se le resiste a Torres, que estos días en la selección se libera y traslada sus sensaciones a los amigos, superado por un brusco cambio que le ha llevado desde Anfield al lujoso estadio de Stamford Bridge.
Ha dejado el centro de Londres, en donde vivió las primeras semanas en un enorme apartamento y se ha ido a las afueras, rodeado de compañeros y parques, un refugio de paz para aislarse del meollo de la city. Mira los datos y hasta él mismo se alarma, negado desde hace 498 minutos con su nueva camiseta. Ha disputado ocho partidos y nada de nada, buenas intenciones que no sirven para mucho porque después del cheque que soltó Abramovich se le piden resultados. Los del equipo van llegando, pero no los suyos, que marcó en enero por última vez y fue con el Liverpool. «No tengo ansiedad, mi primer gol llegará pronto. No sé cuándo, pero pronto marcaré», apunta en su discurso, consciente de que siempre se le ha mirado con lupa.
En la selección, Torres encuentra su refugio. Ayer, en el diluvio universal de Las Rozas, volvió a trabajar en el teórico once titular para el partido contra la República Checa, una excelente oportunidad para soltarse también con España. Marcó el tanto de la Eurocopa, fundamental cuando más se le necesitaba, pero se le cuestionó en Sudáfrica, ausente en la final contra Holanda porque Del Bosque prefirió la profundidad de Pedro. Hoy el canario es baja, cambio de cromos. Terapia para Torres.







