El camino de renuncias diseñado por Mourinho para atravesar los clásicos permite únicamente llegar a la victoria o al abatimiento. Y por ahí se abrió el miércoles una primera y aparentemente pequeña grieta en el muro de su cuartel. Puede no ser nada, o tal vez decir mucho: «No me gusta jugar así, pero tengo que adaptarme», se quejó Cristiano Ronaldo, que soporta mal la dieta de balón. Era el primer jugador en dudar de la ruta en público. Dentro del Madrid, solo Di Stéfano había criticado la espera diseñada por el entrenador.
Lo de Cristiano sucedió, claro, después de una derrota, el 0-2 frente al Barcelona en la semifinal de la Champions. El único consuelo a dejarse tan de lado a uno mismo (el balón, la iniciativa, los tiros a puerta) es ganar. El callejón de Mourinho se convierte en tortura si no aparece esa salida.
El Barcelona, sin embargo, ha encontrado una fórmula con dos posibilidades de consuelo. Coinciden con el Madrid en el evidente de la victoria. Pero añaden otro que funciona en caso de perder: pese a todo, se van del campo convencidos de que son quienes tienen razón, casi con lástima de la táctica del contrario, como se les vio después de la final de la Copa del Rey.
En cambio, al Madrid la derrota no le deja ninguna recompensa propia. Mourinho, arquitecto de la ruta, se olvida de sí mismo y, como el miércoles, dedica el tiempo a explicar que no es cierto que alguien pueda quedarse con la razón en esas circunstancias. No la tienen ni el contrario, ni los árbitros, ni los patrocinadores. Ni siquiera él, por lo que parece. Y así se queda Cristiano Ronaldo en la derrota, sin consuelo ni balón, agitando los brazos, a solas en campo ajeno. Grieta de duda en el camino.







