El Madrid ha encallado. De repente, con todos los objetivos a la vista, la panorámica se ha nublado. Mourinho llevaba nueve años sin masticar derrotas como local en la Liga y en las últimas semanas suma dos más la del Barça en la Champions. El Zaragoza se encontró en el Bernabéu con un botín que ni ellos se creyeron. Tres goles en tres contragolpes. Suficiente para tumbar a un Real Madrid pletórico de rabia, pero sin fútbol. [Narración y estadísticas]
Desplegó el Madrid su repertorio de herramientas entre clásico y clásico. Expuso Mourinho a su hilera de suplentes mientras idea en sus noches de almohada cómo dar la vuelta al calcetín pasado mañana en Barcelona. No sólo cambiar un resultado que supone más que una amenaza, sino cómo modificar su leit motiv: pasar de la defensa de Numancia al asalto de Normandía. Frente al Zaragoza dio volumen a sus suplentes, como hacen todos los entrenadores del mundo cuando un partido les interesa menos, aunque nadie se atrevería a cuestionar la categoría de un equipo que enseña en la pasarela a Benzema, Kaká, Higuaín, Granero o Canales...
El Zaragoza asumió su estatura frente al Madrid y Aguirre no escondió sus limitaciones. Cinco defensas para empezar a hablar. Una posición de inferioridad, como transmitió el equipo de Mourinho frente al Barça, con plan A, B o C. El Zaragoza rechazó el gobierno de la pelota, extendió una tela de araña por el campo y se encomendó a alguna ocurrencia de Uche o algún contragolpe certero.
Es siempre la táctica más cómoda. Regalar metros, convertirse en dependiente del fallo del rival y atajar por la vía de apremio. Dos, tres, cuatro toques y a navegar. Obligado a construir, el Madrid tardó en levantar su edificio. Fue una tarea laboriosa, muy pesada para el grupo que ha transformado a Pepe en capitán general. Le faltaron al Madrid la mayoría de los argumentos que se requieren para someter a un adversario. Velocidad en la circulación del balón, combinaciones rápidas, movimiento, desmarques, toque, sutileza...
Tenía, claro, el otro aval, el de sus pesos pesados. Cualquier invención de Kaká, Benzemá o Higuaín puede terminar en gol. Como siempre, la parroquia premió la combatividad y por ahí Pepe y Granero se llevaron unos cuantos aplausos. Pero el run-rún del Bernabéu comenzó a sentirse con el paso de los minutos. No había fluidez y tampoco ocasiones.
El partido estaba lánguido, con ese tono gris al que contribuyó la lluvia. Un tiro de Kaká se escapó por poco, los centros de Sergio Ramos desde la derecha no encontraban destinatario y la voluntad rocosa de Higuaín no proporcionaba dividendos. Venía la tarde como pálido cuando el Bernabéu se estremeció. Falló Casillas.
Fue una de esas planchas abrumadoras. Salió a despejar sin público un balón limpio, sin ronchas, y su derecha golpeó al aire. Uche participó del vodevil y la golpeó picuda, con tanta suerte que sirvió un pase medido a Lafita, que ya no realizó más ofrendas. Gol del Zaragoza y a remar el Madrid.
Ni en sueños
Lo que vino a continuación no lo hubiera imaginado Aguirre en el mejor de sus sueños. Recién salido el Madrid del descanso, ya sin el equipaje que le sobraba a Mourinho (quitó a Canales, Nacho y Granero, metió a Di María, Marcelo y Ozil), con el Bernabéu rugiendo y pidiendo sangre, volvió a marcar el Zaragoza. Una memez de Carvalho, claro penalti sobre Lafita, que Gabi dio pasaporte al gol.
El Zaragoza había apelado a los viejos instintos que han hecho grande al Madrid. El Bernabéu se transformó, el equipo aceptó el órdago y se remangó para la remontada. El espíritu de siempre, esa idiosincrasia sin igual que tiene esta institución. Con sus mejores hombres en la cancha, espoleado por la grada y convencido una vez más de que todo era posible, el Madrid se juntó para ganar al Zaragoza.
Y tuvo pinta de lograrlo porque Ramos marcó de cabeza sin saltar y Ponzio tiró a Kaká en un claro penalti que no vio el árbitro. Benzema chutó al larguero y aquello sonaba a desastre del Zaragoza. Fue un espejismo de minutos.
Pepe se colocó más galones de los que tiene y en una arrancada de furia trató de cortar un contragolpe maño que estaba destinado a Carvalho. En la rabia fueron tres (también Marcelo) a por el portador del balón (Uche) y la jugada acabó en un mano a mano entre Lafita y Casillas que resolvió con mucha propiedad el delantero.
Ver para creer. Tres goles del Zaragoza en las barbas del Madrid con más objetivos de la temporada. Marcó Benzema en el segundo subidón del estadio, pero estaba de la mano del destino que Aguirre había puesto una pica en Madrid: Doblas sacó la pelota de la raya en el último segundo del último suspiro.






