Fue descubridor de Saint-Tropez y su modo de estar en el mundo, y su explicación por carta, podría leerse con música de «My way»; pero, a la hora de morder su bala, este «bon vivant» ha dejado rota a su ex, Brigitte Bardot, a su luego querida familia y amigos, y a muchos centroeuropeos que crecieron envidiándolo y ahora contrapesan perplejos su brillo y fortuna —300 millones de euros— contra su infelicidad.
Como si lo escribiera Paul Anka y cantara Sinatra, Gunter Sachs confía en su nota de despedida que siempre estuvo «a la altura de los grandes desafíos»; si bien la revelación de una enfermedad incurable se constituyó, para él, en el definitivo y, en la madrugada del domingo, el fascinante galán de los años 60 y 70 se pegó un tiro en su chalet de Gstaad, en el rincón más selecto de Suiza.
Bisnieto de Adam Opel, el acaudalado cachorro nació en 1932 en Franconia, vivió como un grande, estudió numerosas disciplinas y trabajo cuánto y en lo que quiso, coleccionando romances, viajes y obras de arte, produciendo fiestas y una nada despreciable obra fotográfica. Contaba 78 años, cuando se ha visto incapaz de encarar una «dolencia incurable y degenerativa». También su padre, el industrial nazi Willy Sachs, optó por determinar su óbito.
«Era una personalidad única que vivió siempre, determinadamente y con corazón, por su familia», dice su hijo Rolf en el comunicado entregado a la prensa, de quien fue ajedrecista, matemático, economista y mecánico, entre otras carreras. Bardot, con la que estuvo casado entre 1966 y 1969 y con la que mantuvo siempre una gran relación, se derrumbó al recibir la noticia.
Sachs deja tras él una colección —de amigos como Dalí, Warhol e Yves Klein—, 40 exposiciones de fotografía, tres hijos y a su tercera mujer, la modelo sueca Mirja Larsson, por la que dejó plantada a Bardot con vestido de marinero en Saint-Tropez y con la que cumplía hace poco 40 años y sus bodas de rubíes.
