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Contador ha vuelto

El madrileño sorprende con su ataque en un puerto menor, se lleva a Evans y Samuel, y despluma a los Schleck y a Basso

Día 19/07/2011 - 20.09h

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Contador ha vuelto
AFP
Thor Hushovd

Samuel ya lo sabía. Unos kilómetros antes de la subida al col de Manse, se segunda categoría, se le había acercado Alberto Contador. Susurros cómplices rodando por una carretera de agua. Llena de ciclistas tapados hasta la orejas. Sordos. Pendientes de seguir en pie sobre los charcos. Contador y Samuel son amigos fuera del Tour. Dentro, el madrileño buscaba un aliado para el descenso hacia Gap. De la subida ya se encargaba él. «Voy a probar en la cuesta», le avisó. Samuel, sin gafas para ver mejor bajo la lluvia, era todo oídos. Le miró como dudando. Bastó esa ojeada para comprender. Allí, a su lado, estaba el Contador del Giro, el de siempre. Dos pupilas bañadas en orgulo, ambición y desafío. Ha vuelto para ganar este Tour, el cuarto. Por eso, antes de despegarse de su amigo y aliado, le repitió: «Ya lo sabes». Advertido quedas Samuel. [Así hemos contado la etapa]

A este Tour se le han mojado todos los colores del verano. Fue una etapa de prisa. Así llovía, deprisa, y así salieron los ciclistas: a 49 kilómetros por hora hasta el ecuador del recorrido. Otro día oscuro, oculto en una nube. Y duro. «Me gusta la lluvia», suele decir Contador. Tiburón. Notó que su sierra de dientes volvía a estar afilada. Mascaba. Mientras los otros iban entre lamentaciones por soportar tanta agua y consumidos por el ritmo, Contador sentía sueltas las piernas. No es de los que se conforman con su mala suerte. Tenía que recuperar el tiempo que perdió en la primera caída, en la etapa inicial. Y cuando notó la cercanía de los Alpes, al ver que el paisaje se agigantaba, se reencontró. Desde la jornada de descanso del lunes pensaba en una curva así. La halló en el col de Manse. Era un puerto de medio pelo hasta que Contador lo convirtió en el escenario de un exterminio. Sólo él tiene ese poder. [Las mejores imágenes de la jornada]

Iban Moinard e Hincapie, gregarios de Evans, al frente del grupo. Flotando sobre el aguacero. Descontando kilómetros hasta la cima. Pensando en el vértigo del descenso, el mismo donde Beloki se dejó la cadera y el dorsal en el Tour de 2003. El lugar donde Armstrong realizó el milagro: esquivó a Beloki e inventó un camino a través de un campo de cebada. Sólo él tenía ese poder. Ahora, Armstrong es Contador. «Sólo él es capaz de darle la vuelta al Tour», dijo el lunes su amigo Samuel. Le conoce y sabía lo que iba a suceder en aquella curva. A la izquierda del pobre Moinard apareció Contador. A bocajarro. La rodilla izquierda abierta, ciñéndose bien al giro, tumbando la bici. Lanzado. Enseguida se puso de pie. La imagen repetida desde 2007, desde su primer Tour. «No lo esperaba», dijo Voeckler. Y lo mismo se oyó en boca de los Schleck. Samuel, sí.

Evans, rival a batir

A la puerta de los Alpes se escuchó el portazo de Contador. Tembló el Tour. Se desató el pánico. Los Schleck recurrieron a Cancellara, que rindió allí su último servicio. Evans, Voeckler y Samuel llegaron pronto. Aún quedaba cuesta. Tras unos Pirineos anestesiados, Contador tenía ganas: mandó tirar a Navarro. Que no pare la fiesta. Miraba y veía cómo ese color rojo que da la asfixia se apoderaba de las caras rivales. Segundo baile. Y uno más, el tercer ataque. Contador desabrochado, volando bajo la lluvia. Andy Schleck, el adversario esperado, se soldó a su rueda. Cuerpo a cuerpo. Y ahí cambió el Tour. Veinte pedaladas después, el joven luxemburgués notó cómo el ritmo de Contador calcinaba sus pulmones. Se desinfló. Pompa. Plof. Sólo Evans y el que ya sabía lo que iba a pasar, Samuel, se anudaron a Contador. Delante esperaba la pancarta de un puerto al que Contador acababa de llenar de historia. Y más lejos aún iban dos noruegos, Hushovd y Hagen, y un canadiense, Hesjedal, en busca de la etapa. La recogió el más fuerte de los tres, Hushovd. Lógico en un Tour de frío, lluvia y hasta nieve. En este deporte hay dos tipos de ganadores: los fuertes y los valientes.

Se vio en el descenso de Manse hacia la meta de Gap. Un Tour al que le crecen los charcos exige coraje. Contador se había llevado a Samuel, el equilibrista, para esa bajada. Pero el ciclista del Euskaltel iba con los justo. Fue Evans, hecho en el mountain bike, el que se tiró monte abajo. Tres camicaces sobre un espejo. Detrás, Voeckler, lider resistente, trazaba las curvas a cuchillo. Los valientes siempre pisan tierra firme, hasta en mitad del diluvio. En cambio, Andy Schleck se encogía con el agua. Como la ropa barata. Recogía las rodillas, acobardadas, cada vez que se colgaba de una curva. Un descenso cualquiera tiraba su candidatura como un castillo de naipes. Ahogado en su propio miedo cedió un minuto y 6 segundos. Como Basso, otro ciclista cuadriculado en los descensos (perdió 51 segundos). Frank Schleck, al menos, se pegó al impetuoso Voeckler y redujo pérdidas (21 segundos).

Peor que la derrota es caer sin gloria. Tal como corren, los Schleck no merecen el Tour. Ese derecho se lo ganó ayer Evans. El que siempre pierde. Su esposa es pianista. Manos prodigiosas. Evans compuso una sinfonía con su dedos acariciando el freno en la bajada hacia Gap. Con suavidad. Contador le dejó despegarse unos metros y Samuel bastante tenía con seguir al madrileño y acercarse así al podio. Luego, ya con Gap al fondo, el dúo amigo se juntó para cazar a Evans. Tarde: les sacó tres segundos. Les lleva casi dos minutos en la general. Es el rival a batir en este Tour al que ha vuelto Contador. Se lo había anunciado a Samuel.

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