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En agosto del 62, el presidente Kennedy, al timón del yate «Manitou» de la guardia costera de EE.UU., no podía imaginar que quince meses más tarde moriría de un disparo en la cabeza. Con 44 años de edad y poco más de 18 meses en la presidencia de su país, la suave brisa de la bahía de Narragansett (Rhode Island), parecía querer unirse a todos los que a su alrededor le veían como un Arturo invencible de un Camelot contemporáneo. Contemplando esta fotografía de Robert Knudsen le entran a uno ganas de advertirle de los peligros de viajar en un descapotable por las calles de Dallas. Seguramente nos habría sonreído con la suficiencia del que todo lo cree a su alcance, como sonríen las leyendas.
