El Barcelona, campeón a chispazo limpio

Hay partido gemelos, con ligeras variantes, pero parecidos. El del Camp Nou tuvo muchas similitudes con el del Bernabéu: presión tremenda del Madrid, muy valiente, y menos efectividad en la misma no por demérito blanco sino porque Guardiola metió cuatro cambios, todos titulares: Piqué, Xavi, Busquets y Pedro, para configurar el equipo que ganó en Wembley. [Narración y estadísticas]

El Madrid se arrugó cero, casi menos cinco. Como en el Bernabéu se fue a por el rival con las líneas tan apretadas que no cabía un alfiler entre blanco y blanco, con un sacrificio y solidaridad digna de elogio. Los azulgrana la eludieron con cierta frecuencia porque con Xavi en el campo el rival no llega. Por mucho que corras te da un toque, te desequilibra y con el segundo te deja atrás. No da tiempo a presionarle y robarle. El problema es que Xavi no está bien, anda con los pulmones troceados y parte del cuerpo roto. Aguanta lo que aguanta y entre respiro y respiro que se dio el Madrid, en bloque, compacto como una roca, apretó con zarpa de acero.

La apuesta de Mourinho fue arriesgada, corajuda y llena de arrojo. Las dos líneas de arriba muy juntas y dejando huecos grandes atrás si se superaba la barrera Manigot. Tuvo sus buenas ocasiones el Madrid pero el Barcelona, como en la ida, impuso su pegada con un gran pase de Messi que dejó a Iniesta más solo que Crusoe. La definición del campeón del mundo fue exquisita, brillante, con un toque elegante y letal.

Pero una cosa tiene el Madrid de este año y, por regla general, el Madrid de Mourinho: tiene unos redaños como el caballo de Espartero. Se fue a por el rival con cien cañones por banda y Cristiano, que anda con los ojos inyectados en sangre cada vez que ve al Barcelona delante, empató en solo cinco minutos.

Desde ese momento, toma y daca, voy y vengo, con un desgaste y un ritmo tremendos, impropios de agosto. El Madrid tuvo más y mejor, sobre todo dos de Cristiano (al palo) y de Ozil que sacó Valdés. Los de Pep se salvaron por los pelos, los teóricos y los de Mascherano, que sacó todo lo que ayer no pudo Piqué, que no está para grandes gestas.

Estaba el partido en la balanza cuando la zaga del Madrid hizo la misma que en el segundo gol de la ida: es decir, una cantada generalizada que acabó de igual manera, con un gol de Messi, al que no se le puede dar ni medio dedo.

Poco más que fe

El resultado le dio aire al Barcelona, justo el que necesitaba para tocar sin tener que ir a por el partido, solo a esperar pero, sobre todo, puso de los nervios al Madrid, que pasó de tener nervio a padecer ataques de ansiedad. Siguió presionando con mucho ardor y fe, pero careció de continuidad en ataque. Cristiano quiso ganar la batalla él solo y se vio poco a Ozil, concentrado en escasas gotas de calidad. Tampoco apareció Benzema y ese desgaste tremendo de los blancos quedaba en muy poco, en casi nada. Y el tiempo pasaba y pasaba.

Lo malo para el Barça es que los minutos también transcurrían y como su físico aún deja que desear no tuvo más remedio que tirar de las riendas y cobijarse para recuperar el aire. El partido se quedó sin juego, con el Barça a la italiana, porque no le quedaba otra, y el Madrid atacando como pollo sin cabeza, acuciado por el reloj, por el marcador, porque no encontraba huecos, porque no había coordinación ni ataque en equipo.

No obstante, el que la buscó la encontró, y fue el Madrid, que no cejó en su empeño y a empellón limpio encontró a Benzema para empatar la eliminatoria. Pero aún quedaba una bala en la recámara azulgrana, y era de matar lobos. Llegó Messi de no se sabe dónde y remató el partido, la eliminatoria y, de camino al Madrid por delante. Las cosas de Messi...