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Hace diez años la muerte nos privó de ver sobre un escenario a Silvio Fernández Melgarejo, uno de los puntos cardinales del rock sevillano y una personalidad, tan vital como bohemia, que vivió su vida sin miedo a lo que podían revelar los posos de los vasos. Su estilo —fusión personalísima de yeyé italiano, casticismo sevillano y rock and roll way of life— dejó su impronta en varias generaciones de aficionados al lado salvaje, que en el cambio de década entre los 80 y 90, al menos para los que los cuarenta están a la vuelta de la esquina, se le recuerda en toda su plenitud y descaro.
La pasión por lo impredecible, algo que une a aficionados a la música y taurinos, era parte fundamental de los conciertos de Silvio, entonces un Elvis sevillano más allá del bien y del mal que desgranaba, la mayor parte de las veces con cuenta gotas, destellos de genio y genialidad sobre el escenario.
Esa chispa se fue apagando lentamente con los años —al contrario de lo que recomendaba Neil Young en «Rust Never Sleeps»— hasta que se agotó en 2001. Quedan los discos, algunos de obligada escucha como «Fantasía Occidental» (1988), que palidecen ante el recuerdo de un Silvio exultante, por ejemplo, en un concierto de bandas sevillanas en el polideportivo Amate contra la primera guerra de Irak y que, a buen seguro, tampoco ha olvidado la Caledonia Blues Band. Y queda también el homenaje de ayer en la sevillana sala Malandar, en el que, para conmemorar los diez años de la muerte de Silvio, participaron algunos viejos amigos, entre ellos Manuel Luzbel —maestro de ceremonias y mucho más— y Silver Barber —echando la vista atrás al libro de estilo de la Fender según The Shadows—, y músicos que cayeron bajo su influencia, como Pepe Begines y un entregado Raúl Rodríguez.
Todos ellos, secundados por unos Diplomáticos que transmitieron clasicismo y entusiasmo, rindieron tributo a Silvio, recreando sus canciones pero también las de Jimi Hendrix y otras referencias para esa generación. Un ejercicio de nostalgia en el que se apostaba por que cualquier tiempo pasado fue mejor —con excepción del rap que homenajeó a Silvio justo al comienzo— y en el que todo el mundo disfrutó de unas canciones, clásicos algunas del rock sevillano, que, como mínimo una vez, han formado parte de la banda sonora de su vida.
Pero, sobre todo, la conmemoración de estos diez años sin Silvio mostró la tremenda ausencia que ha dejado el de La Roda de Andalucía en el mismo centro de su repertorio. A pesar de que a estas alturas sólo queda dejarse aguijonear por la nostalgia, conciertos como el de ayer muestran la vitalidad del legado de Silvio —Luz Casal y J. de Los Planetas son fans declarados—, alguien que, diez años después de su muerte, sigue llenando salas con su nombre en los carteles.






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