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Se ha evaporado la efervescencia del Atlético, aquel vigor de septiembre que entronizó a Falcao y sus saltos de acróbata. Asoma ahora un equipo que busca su identidad y su posición real en la liga. El conjunto de Manzano no deslumbró en Granada, donde se agenció el primer punto de la temporada a domicilio. Se quedó sin pólvora porque Falcao desapareció, desatendido y sin soluciones propias. En su ausencia, sus compañeros tampoco idearon nada mejor, salvo las ocurrencias de Diego.
La cantinela que, al parecer, ha cuajado entre un sector del público futbolero consiste en que los árbitros españoles son muy malos. Para todos aquellos que abonan esta teoría, ¿qué se puede hace con Geijo? Un futbolista profesional que, en el minuto 5, finge una agresión, miente al aficionado, engaña al árbitro y además protesta. Miranda ni lo rozó. Geijo es un tramposo, alguien que provoca la farsa y debiera ser multado, y que será disculpado con la memez de costumbre: el fútbol es para listos.
La trapacería de Geijo enturbió de entrada un partido con ritmo, de esos que disgustan a los entrenadores y a los aprendices de entrenadores y que agradan al aficionado. Colmado de errores en la parcela defensiva, gobernado por jugadores que intentaban tocar, moverse y salir, y que tuvieron que resolver los porteros.
El Atlético, con Juanfran en el lateral derecho, destapó un agujero en cada salto. Cada vez que el balón sobrevoló la cabeza de sus defensas, Courtois se encontró con un problema. Lo tuvo en un remate de Uche, más solo que la una, que escupió el poste. Y también en un testarazo de Íñigo López, igualmente feliz para impulsarse y mirar frente a la petrificada zaga rojiblanca.
El Granada apretó a su enemigo en virtud del espíritu de los 70 que reclamaba su técnico y el Atlético tuvo que remangarse para sacudirse a un adversario molesto. Cuando la pelota empezó a fluir, premiosa y sin grandes evidencias, entre Mario Suárez, Tiago y Gabi, el Atlético quiso pensar qué hacer con el partido. Sostuvo el esférico, pero no percutió frecuente contra Roberto. Solo si Diego se cruzaba en el juego entre líneas, tenía alguna posibilidad sólida Falcao, desaparecido y sin asistencia.
En una de ésas, Diego tocó rápido hacia Reyes y el buen zurdazo de éste, fuerte y colocado abajo, se encontró con la réplica del guante de Roberto. Pero todo sucedió lejos de los cohetes que alumbraron al Atlético hace unas semanas, cuando los goles de Falcao caían como bellotas de la encina. El colombiano no la olió en la primera parte.
Tampoco en la segunda, pese a su permanente movilidad y a sus ganas. No es un jugador para fabricar desde la nada, sino lo contrario. Necesita un funcionamiento colectivo para extraer lo mejor de su repertorio. Ni Juanfran ni Filipe, una combinación que se anunciaba potente en ataque, surtieron balones al área. Y tampoco Reyes termina de encontrarse a gusto en el planillo de Manzano. Se ha desvanecido parte de la imaginación y el atrevimiento que mostraba con su mentor, Quique Flores. Suelta muy rápida la pelota cuando se espera el regate y la retiene más de la cuenta cuando la jugada requiere un toque veloz.
Entre un marasmo de confusión y la salida de Adrián, que activó a su equipo, el Atlético se lanzó hacia su adversario con más ganas que juego. Algún destello de Diego, los desmarques de Adrián y, sobre todo, la solvencia de Courtois, un portero de campanillas, invitaron al Atlético a pensar en un gol de alivio. Adrián falló en varios controles y Reyes no terminó de atinar. El tanto no llegó, porque tampoco hubo juego.







