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Andy Murray, que aspiraba a revalidar el título por segundo año consecutivo, se ha impuesto al español David Ferrer (7-5 y 6-4) en la final del Masters 1.000 de Shanghái. El británico certifica así su excelente racha, ya que gracias a esta victoria entrará en el podio de los mejores tenistas del mundo desplazando al cuarto puesto a Roger Federer —algo insólito para el suizo desde que ganara Wimbledon en 2003—.
La liza arrancó por todo lo alto con un primer juego —Ferrer al servicio— que sobrepasó los diez minutos de duración, y que conquistó Murray aprovechándose de las carencias del alicantino en el saque. No obstante, éste le devolvió el golpe de efecto rompiéndole su servicio inmediatamente después.
Llegaron entonces los mejores minutos para Ferrer. El tenista escocés aprovechó su enorme efectividad en los saques —su arma más recursiva—, pero el español logró forzar intercambios largos en los que se movió con comodidad, con paciencia, cocinando a fuego lento los golpes definitivos. Incluso llegó a poner nervioso a su rival con varios restos especialmente inspirados.
Con todo, el español llegó al 5-5 sin haber hecho peligrar demasiado los servicios de Murray. El partido parecía instalado en un intercambio ecuánime, dominado por el juego en profundidad, hasta que dos errores no forzados de Ferrer le regalaron una bola de break a su contendiente y éste supo aprovecharla.
El segundo set arrancó con un esquema similar al primero: ruptura de servicio de Murray, seguida de ruptura de servicio de Ferrer. Aunque esta vez, el escocés logró romper de nuevo el servicio de su rival, y a partir de ahí el encuentro quedó encarrilado. El alicantino comenzó a acusar el desgaste físico,algo que Murray supo aprovechar. Ajustando cada golpe, buscando los extremos laterales, haciéndole correr hasta la extenuación. El verdugo trató de derrumbar a su víctima.
Pero Ferrer vendió cara su derrota. Salvó sus servicios en el 2-3 y el 3-4, remontando varios puntos de break favorables al británico. Aunque irregular, aún conservó destellos de brillantez. Gracias a ellos pudo estirar el partido hasta la hora y cuarenta y cinco minutos de duración y salir de la pista con su dignidad intacta.
Murray sentenció el set (6-4) y el partido con un perfecto resumen de su estilo: un saque directo. Contundente, constante, y eficiente hasta la desesperación. Ese es el sello de un tenista que culmina un periplo glorioso por Asia. Ha ganado los torneos de Bangkok, Tokio y ahora Shanghái. En el corazón financiero de China suma el vigésimo primer título de su carrera, y su octavo Masters 1.000.
