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El prepotente Oliver Khan le negó la camiseta cuando el Real Madrid eliminó al Bayern en las semifinales de la Liga de Campeones 99-00. Era una prueba del liderazgo que el alemán veía amenazado. Un mocoso de 18 años le había vencido y todo el mundo decía que sería el guardameta del futuro.
Sus reflejos eran sensacionales. Casillas había debutado nueve meses antes, tras una lesión de Illgner. Continuó como titular. Fue la recompensa a un duro trabajo de nueve años. César le quitó el puesto en la campaña 2000-01. Íker tuvo algunos fallos en los balones por alto y supo lo que era la crítica. No se hundió. La final de la Copa de Europa 2002, con sus paradas de pies y manos frente al Leverkusen, significaron el punto de inflexión de su carrera. Sustituyó a César y ya nunca dejó el número uno.
Se curtió. A su velocidad física unía su velocidad mental para calcular los centros del rival y salir. Su capacidad para anular al delantero en el «uno contra uno» le hizo grande. Es el portero que buscan los equipos grandes: hace las tres paradas clave que España y el Madrid necesitan. Que se lo pregunten a Robben.
