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«España es una unidad de destino en el infierno»

FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓEscritor-¿De verdad se siente usted más indio que español?-Una cosa es la tierra -el genius loci- y otra la patria. Carezco de ésta, aunque hundo mis raíces en aquélla. Soy Nemo

FERNANDO SÁNCHEZ DRAGÓ

Escritor

-¿De verdad se siente usted más indio que español?

-Una cosa es la tierra -el genius loci- y otra la patria. Carezco de ésta, aunque hundo mis raíces en aquélla. Soy Nemo, Nadie, Ulises frente al tercer ojo del Cíclope, hombre sin etiquetas. No me siento español, pero escribo en español. Que conste. Me gustaría ser, administrativamente, japonés. España es una unidad de destino en el infierno.

-¡Y yo que creía que usted era español porque no podía ser otra cosa!

-Se equivocaba. Hago mío el wu-wei de los taoístas. Sólo el vacío puede serlo todo. Nada está, por ello, fuera de mi alcance

-¿Es también más budista que cristiano?

-¡Pero hombre de Dios! ¡Si acabo de decirle que no tengo etiquetas! El budismo, en todo caso, es una filosofía que a nada ni a nadie daña; el cristianismo, una postura dañina. Eso responde a su pregunta.

-¿De qué tiene envidia?

-No soy envidioso, eso se queda para los españoles, pero no tendría inconveniente alguno en pasar un par de noches metido en los calzoncillos de quien goce de los favores de Elsa Pataky, Mamen Mendizabal o Madonna. O, mejor aún, fuera de ellos.

-¿Cuál es su mayor pecado?

-Mi mayor pecado es la lujuria, pero ¿es eso malo?

-Usted invita a su programa a la gente que le ataca ¿no es rencoroso?

-En lo concerniente a afrentas, insultos, calumnias, críticas y agravios soy como un besugo: a los cinco segundos ya se han borrado de mi memoria. Un guerrero, además, y yo lo soy, se nutre con la energía de sus adversarios. Si estos supieran hasta que punto me agradan, dejarían de serlo. Por favor: que no se enteren.

-¿Invitaría también a Javier Marías?

-Lo he hecho en varias ocasiones, pero no accede. Al enemigo, pan, agua y mi mano tendida. Lo único que tengo contra él es su obra, no su persona. Fuimos, incluso, amigos en mejores tiempos. No fui yo, sino él, quien inició las hostilidades. Quien me busca, me encuentra.

-Su programa es el único de la historia de la televisión española en el que dos escritores se han pegado ¿eso es una mácula o una condecoración?

-Una condecoración libertaria para mí, porque en cualquier otro programa cultural habrían censurado esa escena. Una mácula, si acaso, para ellos, pero yo jamás juzgo. Los escritores españoles -Quevedo, Lope, Góngora, Cervantes, Reverte, Umbral- siempre se han zurrado. No seamos mojigatos.

-Una vez dijo que si le ofrecían ser ministro de Cultura aceptaría...

-Sí, por curiosidad, pero también dije que iría al trabajo sin chaqueta ni corbata, que repartiría prebendas entre mis amigos, que me fumaría un porro en el banco azul, que me llevaría Las Meninas a mi casa y que dimitiría a los quince días. Naturalmente, retiraron la propuesta. Eso sucedió en un par de ocasiones. Soy escritor, no hombre de despacho.

-Le ha perdonado ya a Jesulín de Ubrique la respuesta que le dio en el programa de Hermida de que los toreros podrían parecer muy femeninos durante la lidia pero que, concretamente él, tenía unos huevos así de gordos?

-Tener los huevos muy grandes es mal asunto: se llama elefantiasis y es una enfermedad. Los míos, afortunadamente, son de lo más normal. Jesulín, en un programa de la Cope, me acusó de fumar porros. Es un chivato. Pero lo peor de él es su toreo.

-Tiene 70 años y una reciente operación de corazón... ¿Haber hecho mucho el amor ayuda a conservarse o no es ése su caso?

-¡Claro que lo es! Un polvo conyugal equivale a subir dos pisos, y si es extraconyugal, ni te cuento. El Empire State Building. Quien mueve los riñones, mueve el corazón. Pero rectifique o le llevo a los tribunales: tengo aún, por poco tiempo, sesenta y nueve años.

-¿Se arrepiente de su pasado comunista?

-Tengo muy buen recuerdo de todo aquello. Para ser ateo hay que haber sido creyente, y viceversa. Si estoy ahora cerca de la derecha es porque estuve en la izquierda y la conozco bien. Soy pansexual. Trabajo la pluma y el pelo. Lo pruebo todo. Nosotros, los de entonces, seguimos siendo muy amigos.

-Su última novela trata sobre la Guerra Civil, ¿en cuál de los dos bandos hubiera luchado usted?

-Eso fue asunto de payos, de moros y de cristianos. Yo no soy ninguna de ésas tres cosas. Guerreo solo.

-¿Y la guerra de Irak qué opinión le merece?

-No tengo más arma que la sonrisa, y ésa la llevo puesta veinticuatro horas al día. Incluso cuando duermo. Ventajas de tener la conciencia tranquila.

-¿Por qué causa lucharía con las armas?

-Me salvó la vida. Tres días después de su comienzo me mordió un perro rabioso en Etiopía y los americanos... Lo contaré en otra novela. Es una historia pasmosa, pero no me cabe aquí. Secretos son los caminos de la Providencia. Soy hombre agradecido. No muerdo la mano de quien me ayuda.

-En su libro, como «muerte paralela» de la de su padre, pone la de José Antonio ¿Qué le sugiere este personaje?

-Limpieza, nobleza, dignidad, originalidad, valor, brío... No hay hombre más calumniado en toda nuestra historia. Sólo tenía un defecto, que con la edad se habría corregido: era de izquierdas. Lea mi libro y sabrá por qué lo digo.

TEXTO: ALFREDO VALENZUELA FOTO: VALERIO MERINO

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