Lope de Aguirre, en Sevilla y entre gitanos

POR J. FÉLIX MACHUCALa descripción que Francisco Vázquez hace de Lope de Aguirre, el Aguirre ya decididamente desbocado de Omagua y Dorado , casi con cincuenta años entregados a la guerra y a la

La descripción que Francisco Vázquez hace de Lope de Aguirre, el Aguirre ya decididamente desbocado de Omagua y Dorado , casi con cincuenta años entregados a la guerra y a la ambición de prosperar, con los fantasmas de la travesía amazónica bailándole en su atormentada alma, es una descripción que, traída a tiempos actuales, nos pintaría a un paranoide y desquiciado guerrero del cine gore. Vázquez dice de Aguirre que «fue hombre de casi cincuenta años, muy pequeño y poca persona; mal agestado, la cara pequeña y chupada; los ojos que si miraban de hito le estaban bullendo en el casco, en especial cuando estaba enojado...Sufría continuamente muchas armas a cuestas; muchas veces andaba con dos cotas bien pesadas, y espada y daga y celada de acero, y su arcabuz o lanza en la mano; otras veces un peto...».

Es el Lope que describe Vázquez el soldado vencido por sus propias ambiciones y doblegado por las armas de un destino que lo llevó a enfrentarse con el mundo. O, al menos, con el rey del mundo que, por entonces, en el dieciséis español, no era otro que Felipe II. Un Lope de Aguirre que nada y en nada se parece al que anduvo por Sevilla una larga temporada en tiempos mozos. Cuando aún latía en su pulso de hijodalgo segundón de una familia acomodada de Oñate la llamada americana. El impulso atlántico para ser y estar en la dificultosa pirámide social de un tiempo muy exigente con los no primogénitos de las sagas familiares. El Aguirre joven y ambicioso, también ya muy impulsivo (¿es real la violenta muerte que se le imputa de un alguacil en Triana?), se instala en Sevilla persiguiendo el salto atlántico a la fama, el poder y la gloria. Cerrando los ojos y echando a volar la imaginación podemos ver al joven vasco en la ciudad del dieciséis embriagado antes con las aventuras americanas que le escucha a los marinos recién llegados de la ruta atlántica, que con los vinos oscuros de los lagares del Aljarafe. Cierren los ojos y dejen volar su imaginación. Y vean no al Aguirre que, ya enloquecido y con sangre de jueces, gobernadores y soldados en sus manos, nos llega de su gira americana; sino al joven e impulsivo vizcaíno que oye hablar de América por los muelles de Triana.

De lo poco que sabemos de Aguirre en Sevilla suena con voz rotunda y segura sus amores con una vizcaína, posadera y viuda ella, que vivía en Triana. Noches de amor. También quizás de melancolía «aberchale» por la tierra lejana y fresca, tan opuesta a esta Sevilla de secano y gradas repletas de mercaderes y mangantes. Y también sabemos de la presencia recurrente del joven vizcaino en la Casa de la Contratación, a la búsqueda de un barco, de un pasaje en la flota que lo llevara hasta la patria de sus sueños y ambiciones. Pero lo que más nos llama la atención es su relación con los gitanos. Gitanos que habían llegado a la collación del otro lado del río a mediados del XV, tras las guerras de Granada. Gitanos de la forjas, el hierro, la compraventa de burros y caballos. Gitanos que, como bien sostiene la antropóloga Manuela Cantón («Del Guadalquivir al Marañón: los orígenes de una rebeldía», Revista del Monte, enero 1992) «se extendieron por Triana partiendo del Monte Pirolo hasta dar nombre a la cava que pronto pasará a llamarse de los Gitanos...».

Aguirre se integra en una tribu canastera, de Tarantos marginales, con la que aprende a domar caballos, a manejar la navaja y, tal vez, a tener cierta sensibilidad personal con las etnias apartadas y estigmatizadas. Es curioso que Aguirre, ya envuelto en el Apocalipsis now de su travesía amazónica, enajenado por el tripi (sicotrópico) de sus paranoias de poder y rebeldías militares, apenas mancha sus manos con sangre india y esclava. Es cierto que, en el ocaso de su negra odisea, allá en Barquisimeto, acabará matando a su hija Elvira, mestiza india de Cruspa y el vasco, porque no quería que la conocieran por «la hija del traidor» y quedara «por colchón de rufianes». Pero no se le conocen rasgos de brutalidad y ensañamiento ni con indios ni con negros. ¿Tuvo algo que ver esa sensibilidad poco común entre los soldados de la época sus vivencias sevillanas entre gitanos?.

En 1534, en un velero de estirpe veneciana, viejo rutero de los caminos mediterráneos, adquirido en Nápoles por Rodrigo Durán a precio bajo, casi de alquiler de actual Yak 42, se despide de España el joven Aguirre para escribir en tierras peruanas y venezolanas su aventura equinoccial, hilvanada de tajos, arcabuzazos, asesinatos, rebeldías y tiranía. Se enrola como colono, como agricultor. No como soldado. Y a partir de ahí se irá acercando, sin remedio, a un destino con mala estrella. ¿Se lo advertirían los gitanos de Sevilla? En el Archivo de Indias se conserva, en la sección de Patronato, legajo 29, la relación hecha por Pedro de Hungría, capitán del tirano Aguirre, en la jornada en la que el vasco se alza contra la autoridad del navarro Pedro de Ursúa camino de El Dorado. Es un romance en cuyo timbre popular resuena la villanía de Aguirre, sus vandálicas actuaciones y crímenes. Comienza el romance diciendo: «Riberas del Marañón/ do gran mal se ha congelado/ se levantó un vizcaíno/ muy peor que andaluzado...». Ya los andaluces teníamos mal cartel. Pero no tan ganado como el de Aguirre que, en Barquisimeto (Venezuela), fue amortizado por dos de sus marañones de sendos arcabuzazos. Luego lo despiezaron, como a una res. Y la cabeza la llevaron a Tocuyo y fue expuesta en una jaula hasta que se convirtió en cecina. Aún se conserva en aquella ciudad la calavera del Loco Aguirre junto a sus pendones y coselete. También se exhibe la saya de raso que llevaba su hija cuando la mató, con los desgarros de la daga. Restos de un naufragio vital que jamás pudo intuir en Sevilla, donde soñó con América mientras domaba caballos con los gitanos.

Aquel guipuzcoano maltratado por la guerra y sus propias ambiciones, pequeño y poca persona, obsesionado con la conquista y liberación del Perú y forjador de una memoria donde bullen la tiranía, el asesinato, la ambición, el despecho y la rebeldía estuvo, antes de pasar a América, una buena temporada en Sevilla. Y viviendo entre gitanos

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