
Un inglés en la Andalucía
del general Castaños
Llegada a Cádiz en 1809:
Primer encuentro con el olor a ajo y aceite: «Tras haber
pasado por los registros y haber logrado resignarme en parte con los nauseabundos
olores del aceite y el ajo, quedé gratamente sorprendido por la
extraordinaria escena a mi alrededor; casi pude imaginarme que había
caído de repente desde las nubes en medio de una amplia mascarada.
La variedad de vestidos y personajes, la muchedumbre, la altura y la limpia
apariencia externa de las casas con los visillos corridos de un lado hacia
otro, y los estrechísimos extremos de sus calles la hacía
parecer aún más bella, con sus balcones de sobresalientes
rejas pintadas o doradas. Todo me produjo unas emociones que nunca antes
experimenté»
«Las mejores casas tienen suelo de ladrillo y escalera
de piedra o mármol. Como las ventanas generalmente miran hacia
el patio, son privadas y están retiradas; y bajo la casa hay un
aljibe que en las estaciones de lluvias se llena con agua. Cada hogar
es como un castillo, separado y capaz de mantener una defensa militar»
«Las calles de esta ciudad están bien pavimentadas,
lo que en cierta medida posiblemente responda al hecho de que apenas hay
carruajes que puedan destruir el pavimento. Los coches no se utilizan
y la mayoría de las calles son demasiado estrechas para admitirlos».
Seis meses en 57 cartas
Willian Jacob, político y comerciante, vino a Andalucía
en plena Guerra de la Independencia. Peor aún, vino cuando las
cosas marchaban francamente mal en esa guerra en la que su país,
Inglaterra sería nuestro principal aliado. Jacob visita una Andalucía
que está siendo conquistada por los ejércitos de Napoleón
y que odia fervientemente a los franceses a la vez que confía en
el poderío británico para deshacerse de ellos.
Jacob escribe a su familia largas misivas en las que les relata con todos
los pormenores lo que ve, lo que siente y lo que piensa sobre los españoles.
Estas cartas son, a su vuelta a Inglaterra, revisadas y pulidas para su
publicación. Pese a ello conservan, en la traducción y edición
de Rocío Plaza Orellana, la frescura de lo inmediato, la versatilidad
de la mudanza de los sentimientos y el paulatino acercamiento del autor
a los andaluces, a los que poco a poco va entendiendo en sus virtudes
y sus defectos. De hecho, cuando publica sus cartas, ya de vuelta en Londres,
William Jacob las acompaña de un prólogo absolutamente comprometido
y solidario con los españoles y sus intereses en el conflicto armado.
Y ello pese a que cuando este viajero abandonó Andalucía
todo hacía pensar en el fracaso español ante el ejército
de Napoleón.
De todas formas, Jacob, aún cuando habla de la guerra y recoge
las preocupaciones políticas de su época, dedica, si cabe,
más lugar en sus cartas a las gentes de Andalucía. Tal como
dice en su introducción Plaza Orellana, Jacob aporta una visión
diferente: «Los labriegos, muleros, soldados españoles y
británicos, oficiales de ambos cuerpos, mujeres y niños
de todos los rincones de Andalucía aparecen retratados en primer
plano».
|
|
|