Malena es nombre de Garbo
«Yo nací en 1910, tengo 92, con todos los dientes. Tengo una cosa muy buena, que es buen humor y muchas ganas de trabajar». Son palabras de Magdalena Nile del Río, Imperio Argentina para sus admiradores, que son legión, el día en que cumplió 92 años, el 26 de diciembre del año pasado. Muy poco después, la salud de esta mujer que ha sido leyenda viva de la escena y la pantalla española, que llevaba en cada uno de los pliegues de su piel una historia fascinante, comenzó su deterioro final. Apenas un mes después tuvo que ser internada en un hospital de Málaga, donde vivía, tras sufrir una angina de pecho. Volvió a su casa de Benalmádena unos días después, y desde allí asistió al triste espectáculo ofrecido por varios familiares suyos, que se disputaban en público y con el altavoz de las cámaras (una muestra más de esa vulgar y lastimosa moda que ha invadido últimamente nuestras televisiones) una herencia que todavía tenía dueña.
A Imperio Argentina (así apellidada artísticamente por su origen porteño) le cuadra como a pocos ese tópico que se aplica tan fácilmente de «artista internacional». Fue, durante unos años, los que van del treinta al cuarenta, uno de los rostros más populares de nuestro cine, por no decir el más popular. Lo tenía todo a su favor para ser lo que fue. Nació en el barrio bonaerense de San Telmo durante una gira de sus padres, -artistas, ¡cómo no!-; su madre era andaluza y su padre «inglé», como le gustaba decir (había nacido en Gibraltar). Su primera actuación, recuerda Carlos Manso, uno de sus biógrafos, fue en el café La Armonía, en la Avenida de Mayo bonaerense. Tras el aplauso, la recompensa, un vaso de leche merengada. Fue luego «La Petite Imperio»; un homenaje a Pastora Imperio -que fue su madrina artística-. Jacinto Benavente fue quien tuvo la ocurrencia de unir nombre y apellido para formar el sobrenombre con el que pasaría a la historia del cine español. Protagonizó, junto a Carlos Gardel (fue una de las pocas mujeres que grabó un dúo con él), dos películas, «Melodía de arrabal» y «La casa es seria». Y su impulso resultó fundamental para que el tango se hiciera popular en España.
Garbo, donaire, gracejo, gallardía, chispa, salero... Imperio Argentina poseía todas esas cualidades, y las mantuvo durante toda su vida. Miraba con ojos curiosos pero prudentes, en sus últimos años quizás extraviados hacia su memoria, que sólo le abandonó en la recta final. Cada aparición suya era luminosa y sus palabras llevaban siempre la compañía de su sonrisa, un tanto gioconda y sutil.
Vivió Imperio Argentina episodios fascinantes de la historia universal. Su más prolífica etapa cinematográfica -«La hermana San Sulpicio», «Morena Clara», «Nobleza baturra», «Carmen, la de Triana»- coincidió con el ascenso al poder de Hitler en Alemania y rodó en varias ocasiones en aquél país, en mejor situación que España, enfrascada entonces en la guerra civil. El propio Führer, aseguraba ella, quedó arrebatado por esa española salerosa. «Me había visto en Morena Clara» -relataba la propia actriz- y quiso conocerme. Me dijo en alemán que estaba enamorado de mí. Él quería cama, porque todas las mujeres del mundo se acostaban con él. Y yo le dije que de cama, nada». No le gustó que Fernando Trueba recordara, en «La niña de sus ojos», aquellos episodios.
Nunca se cortó la coleta. En la Expo sevillana de 1992 protagonizó, junto a Rocío Jurado, Juanita Reina y Nati Mistral, el espectáculo «Azabache». Unos años después quiso volver al teatro, y empezó los ensayos de una comedia, «Odio a Hamlet». Su memoria le traicionaba y no pudo llegar a estrenar la obra. No obstante, siguió trabajando. Carlos Manso recuerda su actuación en 1997 en el teatro de la Maestranza sevillano. «Malena, la juvenil anciana, habla, canta, baila, toca los palillos. Con su proverbial elegancia, con alegría y magnífica sonrisa, vital, calzando zapatos con tacones como una colegiala...».
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