Video Player is loading.
Amor es un caso único de amor, nunca mejor dicho, a unos colores. Madrileña, de Moratalaz, esta mujer viaja sola a todos los partidos del Atlético. “Me he quedado sin vacaciones para acudir a Mónaco”, señala ante ABC. “No tenía dinero para más y debía elegir: la final de la Supercopa o la playa. Y mira donde estoy”. Amor –“mon Amour” la llamamos- nunca deja solo a su equipo del alma.
Ella no busca compañía con la multitud de peñas rojiblancas que observa por la derecha o por la izquierda. Si hablan con ella, mejor, pero no da la lata a nadie. “Para mí es aburrida la espera antes de los partidos, porque voy sola, pero después disfruto como nadie”, dice esta castiza callada, sosegada, con clase. Todo lo interioriza. Sentada en la hierba frente al estadio Louis II de Montecarlo, Amor espera en silencio su hora de la verdad, que es la de su equipo. “Si perdemos, no pasa nada, pero si ganamos va a ser una fiesta”. Ella la celebra individualmente, sin mezclarse con cualquiera. Los grupos de incondicionales del club la respetan. La conocen. La dejan vivir su sentimiento a su manera.
“Fiesta durante toda la madrugada”. Es lo que pide Gurí, representante clásico de la peña toledana 1903, el año que nació la entidad. “En Hamburgo vivimos una noche especial y repetirla ahora sería sensacional”. Amor, Guri y otros cinco mil seiscientos compatriotas conquistaron Mónaco desde las ocho de la mañana, cuando comenzaron a llegar las primeras avanzadillas de la invasión. Dicen los críticos de este Principado que Mónaco fue un puerto de piratas que ahora perviven con cuello blanco.
El recuerdo de los Juegos
Los españoles no olvidamos que el Príncipe Alberto atacó a España con su “problema de terrorismo” al defender la candidatura olímpica de París en detrimento de la madrileña. El Comité Olímpico Internacional eligió a Londres como sede de los Juegos de 2012. Sentó mal la falta de clase del Príncipe monegasco. Ahora, los aficionados españoles han rodeado Montecarlo sin sacar una espada. Sin taparse un ojo. Sin andar con pata de palo. Sin portar un loro en el hombro. Con mucha más elegancia, los hinchas del Atlético ya han ganado la final. “Hay más españoles que italianos”, nos dicen los taxistas. “O al menos se hacen notar más”, subraya un veterano del volante.-