Real Madrid
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Español
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Chirría el Bernabéu, que no admite cosas así: un juego sin armonía, deslavazado, lleno de individualidades intermitentes y carente de juego colectivo, que llene el estadio de paz y melodía. Al coso blanco le da igual que se vaya ganando uno a cero y de penalti, ya sea justo o no. Lo que le interesa es la belleza, y el martes no hubo belleza alguna, de hecho no hubo ninguna. Si alguien puso algo de coherencia en el fútbol fue el Español, durante pocos minutos es cierto, pero fueron lógicos y con algo más de enjundia que los del Real.

AFP
Benzema y Cristiano celebran uno de los goles
En el Madrid casi todo sonó a improvisación, a llevar el balón arriba y, si le llegaba a Ozil había algo que llevarse a la boca, y si no todo era a ver qué pasaba, una piedra tirada a un árbol a ver si cae un fruto. Con Ozil todo es más fácil: es el único que mejora cada balón que le llega pues recurre a la sensatez y a la facilidad: toca de primera casi siempre para un pase sencillo, aunque sea profundo. Pero no siempre el proceso de ataque del Madrid pasa por el alemán. A veces es Lass el que llega arriba como un tren y todo el juego descarrila y acaba en empellones groseros, en cabezazos a un hombro del rival, a hombres caídos, todo aturullado, basto, insulso.
Al cuarto de hora, el estadio bostezaba y a la media hora se empezaban a oír las primeras voces de protesta. Una desaprobación continua ante el juego tosco que mostraban los blancos. Muy atrás Xabi Alonso, con Lass por delante y luego un océano en el que se rompía el juego del equipo.
De poco valió el gol madridista, nacido de una ingenuidad españolista. Este año los árbitros tienen instrucciones para pitar las manos defensivas, ésas que se sacan para protegerse partes nobles e innobles. Luis García metió la mano donde no debía y penalti que colocó en la red Cristiano por dos veces. Cristiano... Pasó del negro al blanco.
De ocho tiros consecutivos desde treinta metros a la nada pasó a uno o ninguno desde doce metros. Acusa las críticas el portugués y su juego se agobia con las plumas venenosas que le agujerean el cerebro. Aunque, valiente, lo intenta siempre, se obtura, se atasca, le falta claridad y complicidad con Higuaín. Ninguno de los dos vio a Ozil, que apenas tuvo más cooperación que la de Di María, demasiado aislados ambos del resto del equipo. Apareció el Madrid partido y su dominio fue más porque el gol arrugó al Español que por el juego propio.
Al descanso a Mourinho se le adivinaba el mazo en una mano y el hacha en la otra, dispuesto a montar la marimorena como ya hizo en San Sebastián. Pero esta vez no hubo reacción aparente. Algún detalle de Di María, la calidad de Ozil y la firmeza de Pepe y Carvalho atrás junto a la seguridad de Casillas. Hechos aislados que no sumaban más que bocas abiertas en un continuo bostezo. Un juego triste.
Escaso descaro
El Español se atrevió a algo, pero a muy poco, con mucha gente, demasiada, por detrás del balón, con expectativas ajustadas a ver si Verdú sacaba la varita mágica o Callejón, de los mejores en el equipo, exhibía su talento. Pero ni uno ni otro equipo tenían tesoros que ofrecer, sólo bisutería que irritaba cada vez más a la grada.
Los movimientos que hizo Mourinho eran más para que el anfiteatro se rajase las venas que para hacer fiesta: entraron Arbeloa y Khedira por Di María y Ozil, que eran de los pocos que habían tenido cierta clarividencia. Compraba cerrojos Mourinho en un momento en el que los dos conjuntos con diez por sendas expulsiones (ambas justas) el equipo tenía más opciones al tener más espacios. Y el Bernabéu trinaba en silencio, con la ira mal contenida. Esperaba a que alguien tocara el violín, pero allí sólo tronaba el tambor.
Al final, con más huecos para su calidad, el Madrid sentenció en la enésima que tuvo Higuaín (a buen pase de Cristiano por cierto) y en un buen tiro de Benzema. Una buena capa de pintura para maquillar el rostro un tanto demacrado por lo sucedido.






