El Madrid se dejó puntos en Almería con un fútbol poco hambriento y después de una primera parte que debe ser borrada del mundo entero, que no permanezca ni en los vídeos vaya a que algún amante de lo raro le dé por ponerla en los colegios. El Almería cerró filas, que un 8-0 da para eso y para mucho más. Que no veían a Casillas más que en la letanía, pues lo mismo daba. La idea era diez por detrás del balón y pelotazo de vez en cuando a ver si Piatti hacía algo con su endiablada velocidad. Pero eso era una flauta difícil de tocar, sobre todo por la distancia que había entre los defensores y los encargados de buscar las cosquillas a Casillas.
El Almería, al fin y al cabo hizo lo que debía, que era hacer lo que podía hacer, pero el Madrid no. El Madrid salió con un aire de sobrado que daba grima verle. Poca intensidad, poca presión, cero velocidad y una sensación continua de «bah, esto está chupado y en cuando me ponga le meto dos sopapos a estos».
Tan malo era todo que hasta más de uno echaba de menos a Benzema, arrinconado finalmente por Mourinho en el triste banquillo. Ozil iba renqueando, Kaká también renqueaba y todo el ataque del Madrid era, o un caos desordenado a 200 por hora (Di María, Khedira o Kaká) o un rosario de tacones (Cristiano, Marcelo) más para salir en la foto que para vencer la excelente resistencia de Alves.
Barullo y apelotonamiento
Así que todo el choque olió a mohíno, un pestiño del diez. La avalancha de la gente de Mou se estrellaba con la barrera almeriense porque la falta de una referencia en ataque provocaba un caos difícil de solucionar. Todo el mundo intentaba entrar por el centro y nadie por las alas.
El Almería, con poco, vivía con más o menos comodidad, pero en absoluto asediado. Eso sí, tuvo que pagar peaje: un escudo de nueve sobre Alves y un solo hombre arriba llevó como factura un tiro lejano que paró Casillas como si nada, y ya. Punto final. Bien es cierto que el Madrid tampoco estranguló con mano de acero a Alves, pero sí es verdad que en cada arrancada se olía peligro, sensación de que una vuelta más de tuerca podría acabar venciendo la resistencia numantina del Almería.
A pesar de todo, el Madrid jugaba a cámara lenta, con una sobradez fuera de tono, jugando con un fuego que crecía y amenazaba con quemarle. Fue uno de esos partidos que huelen a azufre porque viene una jugada aislada, una tontería, y ya está liada, que fue justo lo que pasó. Estaba el Madrid mareando la perdiz, con «un voy pero sin emplearme a fondo que ya llegará», cuando una contra le pilló en cueros. Se fue Piatti como una bala, cayó en el área y mientras los blancos alzaban los brazos diciendo el «yo no he hecho nada», llegó Ulloa y dijo «pues yo sí», y la clavó abajo.
A remar duro
Era algo insólito porque nadie daba crédito. El Almería había disparado una vez a puerta y había hecho diana. Ahora al Madrid le tocaba remar duro y contra corriente, todo por ir de sobradito y remolón. Mou hizo cambios a granel para remediar aquello. Se puso en defensa de cinco y mandó a toda la pólvora hacia adelante, incluidos Benzema y Granero.
Entre ambos gestaron el mal menor, la rama del árbol que se agarró el Madrid para no despeñarse por completo. Luego, llegó lo de siempre: peticiones de penaltis, de tarjetas y, sobre todo prisas, muchas prisas. El equipo de Mou se fue a por el rival con todo, con la intensidad que no había tenido antes. La pregunta era fácil: ¿si lo hubiera hecho así desde el primer minuto, irían tan apretados en el marcador? Era evidente que no.
La presión final tuvo de todo: grandes paradas de Alves, un tiro al palo de Cristiano en el último suspiro y finalmente el rostro demacrado de los madridistas, que ven como pierden dos puntos en un feudo en el que su gran rival había ganado 8-0. La diferencia ya no es solo de juego, también de resultados y ahora de puntos. Todo empieza a ponerse muy feo para el Madrid.







