Bien pensado, tampoco hay tanto de lo que extrañarse: su primera novela, "Bienvenidos a Welcome", ya era una delirante epopeya espacial, un pinball de referencias cruzadas y luces brillantes construido como ansiosa y gamberra relectura del "Duluth" de Gore Vidal que, con sus colores chillones y sus canciones –o, mejor dicho, canción- repetidas hasta la saciedad, no dejaba lugar a dudas: tamaño despligue de ingenio e irreverencia, semejante delirio de argumento extraterrestre, solo podía ser obra de una imaginación desbordante alimentada a base de cantidades ingentes de ciencia-ficción, páginas y más páginas de tebeos, toneladas de Vonneguts, Adams y Brautigans y, en fin, unas cuantas y productivas horas de televisión.
La mala noticia de toda esta historia es que esa primera novela, a punto de ser traducida al italiano, es hoy prácticamente inencontrable en las librerías del país. La buena, sin embargo, tiene nombre y apellidos: “Wendolin Kramer”, ni más ni menos. Dos palabras que, una vez más, le sirven a Fernández para desplegar un desbordante universo creativo a cuenta, claro, de Wendolin, una chica a la que haber cruzado la barrera de los treinta no impide pasear por la vida creyéndose una heroína. Literalmente: la muy quijotesca Wendolin del título no solo juega a disfrazarse de Super Girl, sino que se acaba mimetizando con ella y, para colmo de males, funda una agencia de detectives en la habitación del hogar familiar para, horror, hacer EL BIEN.
Es una de las novelas más originales, desacomplejadas y sinceras de la temporada
Si a todo lo anterior le añadimos una escritura efervescente capaz de conectar sin perder la sonrisa la industria editorial, las bajezas del periodismo, el homenaje-parodia de las novelas detectivescas, el universo mutante de los superhéroes y sus afluentes –caminos que, por lo que se ve, casi siempre desembocan en malolientes tiendas de cómics- y, faltaría más, ese constante picotear que burbujea bajo grandes temas que se resumen en uno -la necesidad galopante de escapar de un mundo tirando a feo-, lo que tenemos es una de las novelas más originales, desacomplejadas y sinceras de la temporada. Ah, y divertida. Tremendamente divertida. Porque, claro, luego está el humor: ese bendito reírse de todo que tanto desprecian todos los autores que se toman a sí mismos demasiado en serio y que le confiere a “Wendolin Kramer” el brillo de un gigantesco anuncio de neón; un inmenso y deslumbrante “ven” (que no Wen) que viene a confirmar que, en efecto, nadie debería tenerle miedo a la imaginación.