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Richard Burton y los demás

Sus siete maridos y ocho matrimonios (con Burton repitió) aumentaron la leyenda de la actriz desaparecida

Día 24/03/2011

En «Wishful Drinking», su autobiografía, Carrie Fisher dice que cuando Elizabeth Taylor enviudó de Mike Todd se convirtió en Angelina Jolie. En robamaridos, se entiende. ¿Pero cómo no iba Eddie Fisher a caer rendido ante la Elizabeth Taylor de 1958? Esa bellísima Elizabeth Taylor que venía de demostrar que era quien mejor se sabía poner unas medias en el cine (en «La gata sobre el tejado de zinc», ante la impasibilidad de Paul Newman). Cualquiera puede entender que dejes a tu mujer, que encima es Debbie Reynolds, por la Taylor de entonces, te cases con ella y presumas con el trofeo del brazo. Es mucho más disculpable que pegársela a tu esposa con Marilyn Monroe, caso de Yves Montand.

Cleopatra los unió

El siguiente en la lista de bodas de la legendaria actriz, después del cantante Fisher, sería Richard Burton, con quien inició su relación en «Cleopatra», el rodaje de los excesos («Si alguien es lo suficientemente estúpido como para pagarme un millón de dólares por hacer una película, no seré yo tan tonta como para disuadirle»). «Cleopatra», donde Mankiewicz dijo «Corten» y ellos siguieron besándose sin hacer caso al director. Antes de con el galés, había estado casada con Conrad Hilton Jr. (1950-51), hijo del senior que fue marido de Zsa Zsa Gabor. Con el actor Michael Wilding (1952-57) tendría dos hijos y con el productor Mike Todd (1957-58), una hija. Con Fisher (1959-1964) no tuvo descendencia. Finalmente, Burton y Taylor adoptaron una niña. Finalmente por lo que respecta a los hijos, claro, no a los maridos.

Tras Burton (y sus dos bodas) llegaría el senador John Warner (1976-1982), periodo en que la Taylor se fue a Virginia con las vacas, igual que Carmen Sevilla se fue con las ovejitas. Años después contaría a Larry King en su programa de la CNN que de pronto creyó que podía ser granjera en Virginia «y nunca hice otra cosa que ver las vacas y asombrarme de lo bien que vivían». También le dijo a King que cuando conoció a Richard Burton quiso rumiar el mundo entero. «Vagar libre, descalzarme y correr, correr por el inmenso césped de la vida». Como si antes no lo hubiera hecho… Pero es verdad que con Richard Burton se desató. Y que «L’Osservatore Romano» la tildó de vagabunda erótica, para gozo de los periódicos y revistas de todo el mundo. Burton salió en su defensa por lo públicas que habían sido todas sus parejas (y no como los amantes de otras divas de Hollywood). Tenía razón Burton. Porque Elizabeth Taylor, hombre que veía hombre que se llevaba al altar, a no ser que fuera homosexual o Michael Jackson.

Pechos apocalípticos

La bellísima pareja elevó la celebridad y el escándalo a cimas nunca superadas. Ellos iniciaron la cultura de la intimidad desvelada. Los paparazzi los pillaron en su boda en Montreal, que siguió a un tumultuoso romance en el set de «Cleopatra». Borracheras y trifulcas fueron de dominio público. «¿Quién teme a Virgina Woolf?», pese a ser una obra de Edward Albee, tenía mucho de realidad. Y no cabe duda de que Richard Burton fue el gran amor de Elizabeth Taylor. Y viceversa. Pese al tópico (alguna vez tenía que ser cierto). Con el actor galés estuvo casada de 1964 a 1974. Y, en la segunda edición, de 1975 a 1976. Un amor que también se ha escrito. El propio Burton, un escritor excepcional, narró su primer encuentro con Elizabeth Taylor un domingo por la mañana en Bel-Air diez años antes de «Cleopatra». Lo cuenta en «Meeting Mrs. Jenkins» (1966). No es en los ojos, ni siquiera si son de color violeta, en lo primero que los hombres se fijan: «Sus pechos eran apocalípticos, podían tumbar imperios».

A alguien así había que regalarle La Peregrina, la perla que perteneció a Felipe II. Aparte de las joyas, otros regalos de Burton fueron cuadros de Monet, Picasso, Van Gogh, Pissarro, Renoir, Degas y Rembrandt. También cartas de amor. Las incluidas en el libro «Furious Love: Elizabeth Taylor, Richard Burton and the Marriage of the Century», de Sam Kashner y Nancy Schoenberg. «Si me dejas, tendré que matarme. No hay vida sin ti», escribió Burton. «Tienes que saber cuánto te quiero. Tienes que saber lo mal que te trato. Pero lo fundamental, lo más vicioso, guarro, sanguinario e inalterable es que nos malentendemos totalmente el uno al otro».

También reconocía que funcionaban en ondas distintas: «Tú estás tan distante como Venus —me refiero al planeta— y yo estoy sordo a la música de las esferas. Te quiero y siempre te querré». Elizabeth Taylor, que cedió estas cartas para el libro, también desveló que había una carta más. Una que se encontró en su casa cuando volvió del funeral de su ex marido y que conservaba como un tesoro. «Richard era magnífico en todos los sentidos de la palabra. Y en todo lo que acometió», dijo Taylor con motivo de la publicación del libro.

La última boda

Pero hubo vida más allá de Richard el Magnífico. Si Elvis tuvo en los 70 su etapa de excesos (y su vestuario), Elizabeth Taylor se pasó de la raya en los 80, divorciada ya del senador John Warner. Apuró Studio 54, el alcohol, las pastillas e incluso la cocaína. Y claro, de Studio 54 acabó trasladándose a la clínica Betty Ford, donde conoció al que fue su último marido, Larry Fortenski (1991-1996), señor constructor (albañil venido a más) de melena acaracolada. Se casaron en Neverland, la casa de Michael Jackson, quien fue para ella en los últimos años lo que Montgomery Clift (al que hasta salvó la vida en 1956) había sido en otra época. Pero a esa espeluznante boda en la que todos iban de blanco la superó la de Liza Minnelli con David Gest, donde Michael Jackson y Elizabeth Taylor fueron los testigos. Fue su última boda famosa, aunque ella no se casara. Una foto de familia tremenda. Pero dos Oscar, cuatro Globos de Oro, un Razzie, haber sido objeto de arte en manos de Andy Warhol o muñeca de colección en manos de Mattel, siete maridos, ocho bodas y un buen puñado de películas maravillosas pueden más que sus amistades raritas. Elizabeth Taylor —ella y sus maridos, ella y sus películas, ella y sus escándalos, ella y sus obras de caridad— era bigger than life. Tiene razón su hijo Michael, la vida habría sido peor sin Elizabeth Taylor.

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