La película más esperada no ya de este festival sino de los últimos años, «The tree of life (El árbol de la vida)», de ese cineasta realmente a vigilar llamado Terrence Malick, consiguió el más absoluto de los equilibrios en su primer pase para la prensa del festival: tantos aplausos como pitos.
Dos horas y media después de haber empezado, aquello se acabó, y todo el público parecía tener ganas de hacer o decir algo al respecto, y los berridos y los aplausos era lo que se tenía más a mano. Ha de suponerse, una vez vista la película, que lo que quería hacer con ella Malick es pura poesía, que se ha puesto frente al mundo y se ha dicho para sí mismo: voy a verte, a explicarte, y le ha salido una monumental obra cuya mitad, más o menos, son visiones espaciales, aéreas, con mucho aparato de nubes y fuegos y aguas, con una voz en «off» que si uno se empeña le compone un cuadro parecido al de Juan Salvador Gaviota; y cuya otra mitad se dirige a la explicación de la niñez, de la familia, de la vida, del tránsito hacia la muerte y de algunos otros abismos…





