Un Cristiano dadivoso, un Higuaín matador

Se hablaba en los bares durante estos días, y también en las radios: si uno fuera entrenador de fútbol, ¿qué haría a la hora de enfrentarse al Madrid o al Barcelona? ¿Ir a por el partido o meterse atrás a ver si suena la flauta? Las dos opciones son malas. Si te quedas, te la acaban clavando. Si vas a por ellos les dejas huecos y a la contra te matan.

Conociendo a Pepe Mel, todo el mundo sabría que haría su juego, que consiste, más que en ser ofensivo, en ser equilibrado, que es lo mejor que se puede ser en fútbol. Está bien eso de ser fiel a sí mismo. Si se cae, se cae con honor, con entereza, sin doblar la cerviz. Mejor morir de pie que vivir de rodillas. Y el Betis murió de pie, principalmente porque esta clase de partidos los ganará cuando tenga en sus filas a Cristiano Ronaldo o a Higuaín, es decir nunca, o casi nunca.

El equipo sevillano salió al Bernabéu con la cabeza alta, con la intención de dominar y ser respetuoso con el balón. Nada de infamias, nada de temblar de miedo, «uy, uy, que vienen los blancos». Nada de eso. Y efectivamente controlaron el juego, el tempo del partido y la zona central durante casi toda la primera parte.

Pero lo cierto es que incluso en esos momentos algo olía a chamusquina en el trasero verdiblanco. Le olía a pólvora. El Madrid, sin el balón, sin dominar y apareciendo poco, siempre se plantaba ante Casto, una y otra vez, creando ocasiones. El equipo de Mou no es como el Barcelona. No sufre cuando no tiene el balón y no lo necesita, que para eso tiene el mejor contragolpe de Europa.

El Betis mandaba en el choque, pero en el trasfondo del mismo oía el gruñido blanco, amenazador, peligroso, siempre a una décima de segundo de lanzar una dentellada y llevarse medio brazo del rival. El equipo verdiblanco rondaba el área de Casillas, pero Íker se fue al vestuario inmaculado, con poco trabajo y relativa tranquilidad. Casto se fue sudando, jurando en arameo y con cinco o seis intervenciones prodigiosas.

Vendaval desatado

Así que algo raro pasaba. Lo que sucedía es que el Madrid tiene bombas arriba y antes o después te las acaba lanzando sobre la terraza para derribarte el edificio. Al minuto dos de la reanudación, Cristiano mostró su nueva faz, la de la generosidad. Ha oído tanto eso de que es un egoísta, de que estropea los ataques con sus continuos disparos desde Funchal, que desde hace dos partidos decidió darle en los morros a sus detractores. Arrancó en posición dudosa pero aunque hubiera salido mucho detrás habría pasado a Chica como una locomotora. Se plantó solo ante Casto pero en vez de fusilar, como siempre, le dio el gol a Higuaín, a ese con el que dicen que apenas se habla. Pues gol y luego el gesto serio ese de «venid a saludarme, que mirad lo que he hecho».

Fue recibir el mazazo y el Betis se quedó en la lona, anonadado, sin reacción alguna, inerme porque debió de pensar que todo iba a seguir igual que en la primera mitad: todo aseado, todos tocando y el Madrid esperando. Pues no. Los de Mou olieron sangre y se fueron a despedazar a la pieza. Cristiano, que se siente más completo repartiendo aquí y allí, le sirvió otro balón a Kaká y este, que no había aparecido hasta entonces, la colocó con su clase habitual fuera del alcance de Casto. Golazo.

Ni el tanto de Molina en un despiste generalizado de toda la zaga blanca dio lugar a la esperanza sevillana. Higuaín había visto los rincones solitarios del rival y se fue plantando allí una y otra vez a la espera de asistencias. En 30 segundos marcó el tercero y luego su olfato de depredador nato liquidó el choque con un remate de artista, de franco tirador profesional. El francés lo va a tener chungo con Gonzalo, que lleva tres «hat trick» en los últimos cuatro partidos. Es una máquina aniquiladora que ayer destrozó a un contrario correcto, educado y limpio, pero blando y de moral quebradiza.