Miércoles Santo de luz y esfuerzo carmelitano
Mañana de aire transparente, limpio por los aguaceros del Martes Santo para recibir, con el temor ya metido en el cuerpo, la jornada de las cruces y prendimientos, con el Señor en el filo de la
El Cristo de la Sed durante su recorrido por Eduardo Dato./HUGO G. C.
Mañana de aire transparente, limpio por los aguaceros del Martes Santo para recibir, con el temor ya metido en el cuerpo, la jornada de las cruces y prendimientos, con el Señor en el filo de la muerte, apostadas tras las puertas de los templos en los cuatro puntos cardinales de Sevilla, con la impaciencia y el desasosiego por el tiempo, por la lluvia, dos de las palabras más nombradas e indeseadas estos días.
La similar apertura del día llevó paraguas a la calle, y el aire frío que está marcando esta Semana Santa buscó ropas de abrigo que sobraba cuando las nubas negras se despejaban y dejaban salir el sol intermitentemente.
El vértice de la Semana de Pasión queda marcado, una y otra vez, por aquellos que se marchan y aquellos que llegan a la ciudad , con el trajín de maletas de ruedas en las aceras, configurando un paisaje que difiere del de los primeros días. Mucho turista patrio y foráneo, con mapa desplegado y sillita portátil y plegable -una comodidad antiestética y molesta para el resto- que va arraigándose cada vez más entre los sevillanos.
La ciudad vivió la jornada casi sin pensar en el partido del Tottemham contra el Sevilla a la vuelta de unas horas, con la consiguiente inminente llegada de la «invasión» británica de hinchas sin calar, siguiendo los hábitos de día laborable, con la fluidez de tráfico empeorando por minutos y, de mañana a tarde coches estacionados en los espacios más inverosímiles e incordiantes, porque la gente sigue empeñándose en aparcar junto al templo elegido para ver salir la cofradía o en las inmediaciones de la mismísima Carrera Oficial.
La rutina estaba, sin embargo, desterrada en las cofradías de la jornada y de todos los sevillanos ansiosos de vivir una jornada cofrade plena y sin los sobresaltos de aguas repentinas. Y más ausente aún estaba en un recodo del barrio de la Macarena y bajo algunos capirotes azules en el Arenal.
El día era ayer, más que de nadie, del Carmen Doloroso, que se enfrentaba a una reválida después de 25 años de existencia, de trabajo y de esfuerzo por sacar adelante una Hermandad. Y pertenecía también a un grupo de mujeres, nuevas nazarenas del Baratillo que, después de no pocas polémicas, lograban incorporarse por derecho a la nómina de penitentes de esta cofradía, con lo que ya sólamente quedan ocho que aún no han aprobado la plena incorporación de la mujer y se mantienen ajenas a las directrices de Palacio.
En el movimiento de la calle Feria, rozando el mediodía, nada hacía presagiar que la mejor noticia de la jornada se escondía tras la puerta de Omnium Sanctorum. Sin embargo había miles de estampas para descifrarla.
La variación estaba en los ojos que miraban el cancel y después al cielo, en un inusual aceleramiento en los carritos de la compra, en un nerviosismo alrededor de La Cantina de la plaza, en el ajetreo in crescendo en el perímetro gótico de la parroquia, frente a la cual, en los muros del centro social una pequeña pintada con un cruficado reclamaba: ¿Habré muerto sólo para salvar el turismo?
Sí empezó a llover en la calle Feria, gruesos goterones que competían con resoles en otros barrios de Sevilla, aplaudidos en San Bernardo. Llovía también en Nervión, débilmente, y el extraño, indescifrable y loco tiempo de primavera también dejó todo el día desde un amago de granizo hasta las ya habituales nubes negras.
El marrón carmelitano de los antifaces comenzó a pulular por la Resolana, Relator, hasta Feria y Peris Mencheta... llegaban ramos de flores que resaltaban en la instantánea de barrio profundo de contraste entre amas de casa, trabajadores y jubilados con los nuevos góticos de negro y metal y los vistosos penachos blancos, de pelo y pluma, de las bandas.
Era la primera cofradía del día, la «invitada» del Miércoles Santo. Hablar de emoción contenida es poco, el concepto es mínimo para abarcar la corriente que los más de doscientos cincuenta nazarenos del Carmen Doloroso, que hacían historia de sus anales de esfuerzo y humildad.
Al abrirse las puertas de la ojiva, allí donde el martes quedó confinada la hermandad de Los Javieres, un gran aplauso chocó mansamente contra la Cruz de Guía y los abrazos de dos costaleros emocionados.
Entre el portón y el cancel, la medida del misterio en el que Pedro niega tres veces al Señor antes de que cante el gallo, un espacio en el que se dejó el apellido de vísperas y que se llenó de ansias de la Campana, de la Avenida, del chirriar de la cera en el frescor penumbroso de la Catedral.
Por delante, gustándose el paso, lento, una estación de penitencia primera ejemplar, que abre las puertas de la esperanza a otras hermandades, que modifica la estampa de inmovilismo en que algunos próceres de las cofradías quieren convertir la Semana Santa por mor de un concepto de falsa mesura.
Delante, en la Catedral, el cardenal, con su corazón franciscano lejos del Buen Fin, tomó la vara del Carmen.
Ver comentarios