Un simple cruce de insultos provocó el crimen de Urgencias en Virgen del Rocío

Imprecaciones de índole escatológica sobre los familiares muertos de una y otra parte fueron el antecedente inmediato del tiroteo que, el 26 de febrero de 2006, acabó con la muerte de Enrique Salguero

Imprecaciones de índole escatológica sobre los familiares muertos de una y otra parte fueron el antecedente inmediato del tiroteo que, el 26 de febrero de 2006, acabó con la muerte de Enrique Salguero Giles, de 27 años, a las puertas del Servicio de Urgencias del Hospital Virgen del Rocío, un hecho en el que la madre del fallecido también resultó alcanzada por un disparo. Así lo reconocieron ayer los familiares del joven fallecido y el propio imputado por el crimen, Felipe C.V., en la primera jornada del juicio que se sigue contra él por un delito de asesinato, otro de asesinato en grado de tentativa y otro de tenencia ilícita de armas.

Las aparentes contradicciones entre las primeras declaraciones que los protagonistas y testigos del crimen hicieron ante la Policía o en el Juzgado y la versión que dieron al Tribunal marcaron asimismo el primer día de la vista oral, sobre todo en lo relativo a la enemistad que las familias de Enrique y Felipe mantenían desde antiguo y que se acrecentó cuando la familia del primero denunció a la madre del procesado por vender droga en Brenes, lo que les hizo abandonar el pueblo por «orden» de los patriarcas gitanos.

Tanto ese destierro como otro posterior de la barriada de las Tres Mil Viviendas fueron negados con ciertos matices por los familiares del fallecido, que mantuvieron como una piña la versión que trascendió en el mismo lugar del crimen: que Felipe y Enrique habían mantenido una discusión por la mañana, en la que «nada más que se habían cruzado insultos» y que, dos horas más tarde, el primero de ellos apareció en el recinto hospitalario -donde ambas familias tenían a familiares ingresados- armado con una pistola del calibre 45 con la que apuntó y disparó a quemarropa sobre Enrique tras haber llamado su atención. En la refriega también abrió fuego contra la madre de Enrique, a la que hirió, y contra su padre, que logró esconderse tras un macetero.

A partir de ese momento, la familia del fallecido negó que intentaran linchar al procesado, a quien se le había encasquillado la pistola tras realizar al menos ocho disparos. Por su parte, los vigilantes de seguridad del hospital mantuvieron que fueron ellos los que rescataron al procesado, al que en ese momento golpeaban cuatro personas. «Estoy vivo gracias a la seguridad del hospital», llegó a decir el procesado.

El episodio del apaleamiento fue precisamente el caballo de batalla de la defensa de Felipe, ya que éste declaró ante el Tribunal que utilizó la pistola que llevaba «para asustar» y la sacó al ver que Enrique y su familia se iban a por él, lo rodeaban «armados con un palo, un bastón y una navaja» y comenzaban a apalearlo, e incluso a pincharlo en la espalda con el arma blanca. Según el procesado, los disparos que alcanzaron a Enrique se produjeron cuando éste forcejeó con él y le echó mano al cañón de la pistola. «Hice lo que hice porque vi que me estaban matando; era su vida o la mía», agregó.

Felipe sostuvo que había ido a pedir una pistola prestada -se negó a decir a quién- porque por la mañana el propio Enrique había intentado atropellarlo con su coche cuando caminaba cerca del hospital con uno de sus hijos.

Con intento de atropello o sin él, ambos se enfrentaron verbalmente a cuenta del incidente de Brenes y de otro posterior, aunque derivado del mismo, ocurrido junto a un quiosco de las Tres Mil Viviendas.

El juicio se aventuraba tenso y no defraudó las expectativas, ya que los insultos que habían dado origen al crimen -e incluso deseos de que a Felipe lo mataran en la cárcel- se repitieron contra él por parte de la familia de Enrique, tanto al llegar a la sala como durante la vista, lo que obligó al presidente del Tribunal a expulsar a alguno de los familiares. Como era de esperar, uno de los momentos más tensos fue la declaración de los padres del fallecido, que comparecieron en la sala de riguroso luto.

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